C•A•P•I•T•U•L•O• 24

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—¿Un ritual qué cosa? —inquirió Danna, de pie en el pasillo, adormilada

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—¿Un ritual qué cosa? —inquirió Danna, de pie en el pasillo, adormilada. Se masajeaba los ojos con los nudillos de sus manos al tiempo que soltaba un largo bostezo.

Anna se sorprendió de verla, pues no había bajado a desayunar en varios días y verle allí significaba un avance impresionante para la familia.

—¿Se te antoja una leche con chocolate, hermanita?

Danna alzó la vista. Su rostro era de odio, pero eso podría deberse a la hora del día, a la dulzura casi empalagosa con la que había hablado su hermano o a la idea de consumir chocolate.

—Sí —afirmó, con una neutralidad que no se correspondía para nada con la expresión de su cara.

Demian se puso de pie y le preparó la leche con los tres kilos de chocolate correspondientes. En el pasado, ese había sido su ritual de madrugada. Los señores Fisher trabajaban y Demian cuidaba de su hermanita y la dejaba en la escuela. El desayuno siempre era, por excelencia, el mismo: leche con chocolate y tostadas con dulce de leche.

Mientras tanto, Anna se dedicó a explicar la situación y Danna tomó asiento en un lugar de la mesa. Tomó una tostada mientras escuchaba el relato de Anna y la examinó. Decidió que esa era la tostada que usaría esa mañana.

—¿Eso es un ritual Bubú? —replicó. Demian depositó la chocolatada más achocolatada del mundo en frente de Danna y ella la observó con cierta sensación en el pecho que la obligó a no ver a su hermano por un rato—. No recuerdo que la hayamos hecho antes.

—A David no le gustaban demasiado —explicó Anna, aunque la verdad era otra. Aquella mentira le costó una mirada por parte de Demian. Anna lo ignoró dando un buen trago de té—. Pero quizás una nos serviría para limpiar esta patética casa.

Demian se sorprendió de aquel término, pues Anna siempre procuraba no insultar nada. Todo, desde su perspectiva, gozaba por excelencia de tintes buenos, y eran esos los que se dedicaba a comunicar en voz alta. Pero, la verdad, «patético» iba bien con la casa. La describía muy pero que muy bien.

—Patética casa —repitió Danna a lo bajo, untando con dulce su tostada.

De improviso, Demian inclinó el cuerpo y llevó una mano hasta su nuca. Soltó un gemido de dolor a lo bajo y palpó con cuidado el líquido que se escurría entre sus manos. No se sorprendió en lo absoluto al comprobar que era rojizo, más si al notar que la herida, que ya había curado como unas tres veces, continuaba despidiendo sangre. Danna alzó las cejas.

—¿Eso es normal? —inquirió. Anna se aproximó a disponer a Demian de servilletas.

—Demonios, Demian —exclamó—. ¿Qué está pasando?

—No lo sé —admitió, deteniendo la hemorragia con las servilletas. Cuando el intento surtió efecto, reparó en que el cuello de su camisa estaba por completo arruinado. Por unos segundos, Demian se limitó al silencio mientras su mente ataba cabos sueltos.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora