C•A•P•I•T•U•L•O• 11

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Somos pequeñas pero somos muchas, somos muchas y somos pequeñas, estábamos aquí antes de que llegaras, seguiremos aquí cuando te caigas.

Somos pequeñas pero somos muchas, somos muchas y somos pequeñas, estábamos aquí antes de que llegaras, seguiremos aquí cuando te caigas

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A la mañana siguiente, Condina se desperezó ante el asomo del sol en el este, olor a café y graznidos de zanates. Nuevamente una mañana repleta de frío, escuela y tareas. Mia Parrish necesitó de unos segundos en la cama para comprender que debía levantarse. Había padecido una noche de puras pesadillas, pensamientos absorbentes y una energía mental que no le permitieron pegar ojo en toda la noche.

Se aproximó a la cocina donde, con una taza repleta de té, la esperaba la hermana Laura. La adorable monjita habría saludado amistosamente con un «buen día» de no ser porque advirtió en el rostro de la pequeña que, al parecer, no se trataba de un buen día. Mia había llegado relativamente tarde al hogar la noche anterior, pero Laura no tenía intenciones de remarcarle tal evento. Aquella niña morenita y pecosa que había llegado al Hogar Misericordia de Jesús, casi automáticamente, había logrado un trato especial. Pese a que todos los huérfanos allí poseían alguna cualidad por la que eran amados, Mia era una composición especial.

—Mia Parrish, no habrás bebido, ¿verdad? —cuestionó Lilian, decorando sus palabras con aquel tono tosco tan típico de ella.

La hermana Lilian era para el Hogar lo que Severus Snape era en Hogwarts, o al menos así lo pensaba Mia, quien no dudó en suspirar con pesadumbre al verla.

—Bonito día, eh —replicó y se sirvió una buena taza de café. Lilian escrudiñó aquel gesto y Mia sonrió de punta a punta. A esa hermana en particular le fastidiaba el consumo compulsivo de café, y Mia era de aquellas que disfrutaban del consumo compulsivo de café.

Con Laura presente, Mia era un sinfín de actos inimputables. Podría allí mismo encender en llamas una biblia, romper la imagen de un santo o tirar a la basura el retrato de alguna virgen, pues el mismísimo Dios bajaría del cielo y le perdonaría, porque allí estaba Laura.

—Te hice una pregunta —remarcó Lilian, sentenciosa.

Mia rodó los ojos.

—Bebí toda la noche y vomité en la entrepierna de un sujeto que andaba por ahí.

—¡¿Cómo dices?!

—Lilian, déjala tranquila, está cansada —informó Laura, serena como siempre, intentando calmar las aguas—. No ha bebido. ¿Verdad que no has bebido?

Observando su tazón repleto de café negro, Mia dejó a un lado el jarrón de vidrio y soltó aire por las fosas nasales.

—No, no he bebido —bufó, pastosa.

—¿Quién no ha bebido? —inquirió una voz adormilada.

Tomy se aproximaba a la cocina a paso lento, masajeándose los ojos con los nudillos de las manos y concentrando toda su energía en evitar un bostezo.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora