C•A•P•I•T•U•L•O• 16

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Para Mia fue un tormento vivir esa mañana del veintitrés de julio

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Para Mia fue un tormento vivir esa mañana del veintitrés de julio.

Pasada la hora del anciano de aritmética, habiendo copiado las tareas de Dylan y estando totalmente lista para soportar las siguientes cinco horas restantes de clases, un oficial de policía llegó a interrumpir la rutina de cada mañana.

Ese tipo de noticias viajaban rápido en el pequeño pueblito de Condina.

Ya había advertido, entre tanteo y tanteo, la ausencia de su amiga. Dadas las últimas interacciones que habían tenido, Mia se consolaba con la idea de que muy probablemente se había desvelado después de una apasionante noche con el dueño de su corazón, aquel muchacho al que había ido a visitar la noche de películas que terminó con la visita de Danna.

Dylan y Mia fueron alarmados por la voz del anciano de aritmética, el señor Molina y, después de un simpático suspiro por parte de la clase, ambos se encaminaron a la oficina del director, donde un oficial más aguardaba en la puerta. Allí, a los dos, las cosas les olieron fatal.

Desprendía el aroma de un cuerpo en descomposición.

De pronto su presencia allí podía significar muchas cosas: Mumi, Lilian, Laura, alguna situación violenta como todas las que solían golpear la pequeña casita de la montaña que era conocida como el Hogar Misericordia de Jesús, entre otras. Pero se pronunciaba un defecto en aquella lógica y era la presencia de Dylan.

Entre ellos sólo había un común denominador, y era la niña rubia que no había dejado huella esa mañana en la escuela.

Una sensación les revolvió el estómago cuando tomaron asiento frente a la directora: era una mujer avejentada, muy delgada y de cabello castaño hasta los hombros. Coqueta y sonriente, solo que esta vez desprendía cierta angustia, digna de cualquier persona a punto de anunciar malas noticias.

Ambos estudiantes se lanzaron una mirada fugaz, tanto para comprobar que ambos no entendían nada como para sentirse acompañados en el sentimiento. Descubrieron, en los ojos del otro, preocupación y miedo.

—Me temo que debo informarles algo —dijo la directora, juntando las manos sobre su regazo. No podía mostrarse autoritaria y sensata como siempre. No ese día.

Tras notar que el silencio se extendía, Mia torció el gesto. La directora no parecía contar con la capacidad de hablar sobre el tema.

—¿Qué sucedió? —inquirió Mia, tanteando el terreno con los ojos. El policía que se hallaba detrás de la directora, juntando las manos en la espalda, tenía los labios sellados y una expresión endurecida en el rostro. Por más que su profesión lo anticipara, la policía de Condina nunca se acostumbraba a dar malas noticias. El disgusto incrementaba ante la inevitabilidad de haber conocido al muerto.

—Su amiga Karen... —la directora precisó tomar aire. Dylan endureció el gesto y Mia sintió la adrenalina hacer acopio en su estómago—. Está muerta.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora