Rodeadas por completo de una espesa oscuridad, Danna Fisher y Lucrecia Brunelli se observaban entre ellas, con las cejas en lo alto y los ojos bien abiertos. La luna se divisaba sobre la corona de sus cabezas como una mota brillante de luz a lo lejos. El ojo del pozo había quedado allí, lejos, a kilómetros de distancia, como había supuesto Danna.
Estaba claro que ese día no se estaba moviendo como debía de moverse.
Hacía al menos cinco minutos se encontraban... ¿cayendo? Danna no podía decir con exactitud qué se encontraban haciendo. No tenía la sensación que gobernaba su estómago durante una caída, pero sentía el cuerpo libre y pesado. Al mismo tiempo, su cabello negro era recogido en el aire por una extraña brisa que, Danna se sorprendió al evidenciar, no era ni fría ni caliente. Era más bien cálida. Le dio vueltas con sus dedos conforme pasaba el tiempo.
—De acuerdo, ¿qué carajos está pasando? —preguntó Lulú. Hasta hacía unos segundos había estado gritando. Cuando se quedó sin aire en los pulmones, y notó que la caída hacia algún lugar parecía prologarse indefinidamente, decidió cerrar la boca y dejar el repentino escándalo.
—No lo sé —admitió Danna—. El tordoya no me dice más nada.
Lulú se cruzó de brazos. Flotando, con los rizos en el aire y las piernas cruzadas, daba la impresión de encontrarse sentada. La falda se la pegaba a las piernas como un gran y abultado pantalón.
La verdad era que no solamente el tordoya no decía nada, sino que ni siquiera estaba allí, para empezar. Aunque también se maniobraba confuso determinar qué era lo que había allí.
Era como encontrar un gato negro en una habitación oscura.
Danna le corrió rollo a la idea.
Era como encontrar un tordoen un pozo.
—¿Te das cuenta que estamos aquí por obedecer a un animal?
Lulú sacó a Danna de sus pensamientos.
—Yo estoy aquí por obedecer a un animal —puntualizó Danna—. Tú no sé a quién obedeces.
—A la gravedad, al parecer —Lulú alzó las pupilas—. Aunque la verdad, la gravedad aquí se siente rara.
En el silencio, se escuchaba el zumbido del aire. Danna se preguntó exactamente qué lo hacía zumbar, pues allí no parecía haber nada. Todo estaba vacío o, en contraposición, oscuro. Podían verse la una a la otra gracias al manto tenue de luz lunar que recibían del exterior, que cada vez se alejaba más, pero no podían atisbar mucho más allá.
—¿Esto será como la historia de Alicia? —aventuró Lulú, ya muy aburrida de jamás caer. O de jamás dejar de hacerlo.
—No lo sé. Tal vez —Danna palpó su estómago con una mano—. Ojalá. Tengo hambre.
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DANNA • La chica de la casa embrujada ©
ParanormalLa niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje. Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...