C•A•P•I•T•U•L•O• 7

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Inhalaba Chico Tóxico humo, asbestos y amoniaco. Para él era oxígeno todo lo cancerígeno - Chico Tóxico. Tim Burton 



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—¿Ya? —bufó Mia. Había alzado la mirada momentáneamente para captar el rostro de su amiga, Barbie, reflejarse en el espejo de su tocador.

Hacía aproximadamente quince minutos una película ilegal se descargaba en su computadora. Se trataba de un film en estreno, pero los treinta billetes que pretendía cobrarle la recepcionista del cine fueron rápidamente descartados. Prefería, como toda huérfana carente de dinero, llenar de virus el computador de su amiga. Todo sea por entretenimiento gratuito.

Karen, que parpadeaba frente al espejo con precaución de que el líquido de la máscara de pestañas no le manchara los parpados, captó la sentenciosa mirada de su amiga en el reflejo.

—Ya casi —indicó, apenas separando los labios para pronunciar. Alejó la máscara líquida, analizó la perfecta silueta arqueada que formaban sus pestañas y decidió peinarlas un poco más—. Ya casi...

Mia reconocía aquel comportamiento desde lo lejos. En definitiva, la cosa no terminaría pronto. Cuando Karen se ponía perfeccionista con la belleza de su rostro, los cuidados y procesos de maquillaje podían tornarse eternos para quienes estaban de espectadores.

Esa noche, la espectadora soltó un suspiro y se dejó caer de espaldas sobre la cama. Del aburrimiento, Mia comenzó a tararear una canción.

—¿Y? —bufó, clavando su mirada en el techo. Las sutiles grietas de pintura que se figuraban atravesando el soporte de la luz parecían danzar—. ¿Verás a alguien hoy?

La pregunta de por sí no tenía sentido. Jueves por la noche era anterior a viernes por la mañana. Desde la perspectiva de Mia, tener clases por la mañana impedía cualquier tipo de aventurilla por la noche, claro está.

Aun así, reconocía que Karen no se conducía por la vida con aquellos principios. Esa actitud tan impertinente y confiada le había costado un pupitre en el Instituto Morgan; la escuela de prestigio que parecía un castillo de princesa.

—Sí —afirmó la rubia, dejando la máscara de pestañas dentro del estuche al que pertenecía. El tocador de Karen era como el tocador de una muñeca, con luces redondas bordeando el cristal, perfumes, brochas y maquillaje.

—¿Con quién?

—Un... amigo. No lo sé. Algo que tengo por ahí —comentó con desinterés, como si en lugar de un muchacho se tratara de una bola de estambre.

Cuando se trataba de relaciones personales, Karen mantenía todo bajo un secretismo que a Mia se le antojaba innecesario. Se consolaba bajo la excusa de que, al ser Navarro una familia de mucho poder y prestigio en el pequeño y chismoso pueblo, algunas cosas debían de quedar en las hurtadillas que realizabas para verse con el posible amor de su vida. Pero Mia sabía que no se trataba de nada de eso. Su amiga no era del tipo enamoradiza.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora