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Pese a lo que todos pudieran pensar, Mia Parrish no era una muchacha tranquila

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Pese a lo que todos pudieran pensar, Mia Parrish no era una muchacha tranquila. Existían muchas palabras con las cuales la niña huérfana del hogar Misericordia de Jesús era descripta por los pueblerinos de Condina. Entre todas las cualidades resaltaba la de «tranquila» «amigable» «sonriente» y «la amiga de Karen».

Mia estaba muy al tanto de la diferencia entre ser una persona «sonriente» y una persona «feliz», pero intentaba que, con frecuencia, el resto de la gente no la notara. Sus interacciones viajaban entre sonrisas y tratos amables y atentos. 

De modo que, aunque esa no fuera su intención, Mia Parrish confundía a la gente. Y había confundido a todos, a excepción de una única persona; una que se transformaría en todo aquello que Mia adorara y anhelara en el futuro; algo que había logrado destrozar por un tiempo el dolor del abandono, y su nombre era Karen Navarro. Y en Condina Karen reflejaba exactamente las cualidades opuestas que Mia.

Karen Navarro no era «tranquila» ni «amigable» ni «sonriente». Por lo general el peso de su temperamento se volvía explosivo, su indiferencia hacia cualquier persona se transformaba en algo molesto y la arruga entre sus cejas se correspondía con un gesto inherente a su rostro. En su memoria los Navarro intentaban comprender qué era lo que había pasado con la niña que en un principio mostraba la dentadura tan a menudo.

Mia la conoció una tarde de verano, cuando el sudor le empapó la camiseta y el peso de las reglas escolares la arrastraron a las afueras de la oficina de la directora. 

Con trece años, cargaba un tajo carmesí decorándole parte del labio inferior, y dos manchas azuladas en el rostro. Hacía tan solo unos segundos se había desatado una pelea en el patio escolar y, como era costumbre, Mia tenía las de perder en cuestiones académicas, porque la muchacha con la que había peleado además de tener dinero tenía padres.

Sabía que la hermana Laura no demoraría en llegar como también sabía que la expulsarían un par de días de la escuela por su mal comportamiento.

La puerta de la oficina se abrió y de allí salió la niña con la que había discutido. Caminó lentamente y dejó ver su rostro. Tenía un hilo de sangre escurriéndose de una de sus fosas nasales, un raspón en la rodilla y dos hematomas en las mejillas. Su cabello se desgreñaba en una nube de hilos dorados y sus ojos azules estaban ligeramente humedecidos por la presencia de un par de lágrimas.

Con la expresión que cabría esperarse en ella, tomó asiento a un banco de distancia de Mia: niña que, pese a ser mucho más enana que ella, había prestado buena pelea.

—Si serás estúpida —gruñó Karen—, ahora vendrán nuestros padres

Así comenzaba a construirse una relación pasional, fuerte y duradera: iniciando de la peor manera que cabría esperar.

Mia Parrish y Karen Navarro en una situación que, en el futuro, nadie les creería que sucedió jamás.

—Querrás decir, los tuyos —replicó Mia. Se cruzó de brazos y aplastó la espalda encorvada contra el respaldar de la silla.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora