C•A•P•I•T•U•L•O 39

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Como polvo en el aire cuyo pequeño cuerpo es arrastrado con pesadumbre por el espacio estático, Lulú quedó vagando, flotando suspendida en la oscuridad

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Como polvo en el aire cuyo pequeño cuerpo es arrastrado con pesadumbre por el espacio estático, Lulú quedó vagando, flotando suspendida en la oscuridad. Después de cerrar los ojos, esperó el impacto de lo que fuera a chocar con ella en un lugar como ese. 

No podía parar de gritar, como tampoco podía sentirse lo suficientemente valiente como para abrir los ojos. Estaba segura de que, después de todo, el lugar continuaría siendo el lóbrego sitio impenetrable de siempre. Pero quizás encontrar la mota pequeña y ausente de luz blanca que representaba la luna la haría sentirse un poco más segura. Tal vez así alcanzaría a advertir en qué dirección se conducía la gravedad, aunque distaba bastante de existir algo como eso allí.

Los dedos de Danna se contrajeron.

Lulú abrió los ojos y se aterró cuando descubrió que no había diferencia entre uno y otro. La nada misma; esa a la que tanto le temía. El conflicto no era saberse en la infinita y tan insustancial oscuridad. El conflicto era estar sola en ella. Lo único que cargaba el ambiente lo componía su existencia, con su respiración y aparente autoconciencia. Lo demás, incluso su cuerpo, se perdía bajo un manto negro.

Había leído sobre eso alguna vez; Tanque de Aislamiento Sensorial.

Los dedos de Danna se estiraron.

En cierto periodo histórico; aquellas fuentes de oscuridad y aislamiento funcionaron como grandes métodos de tortura psicológica. Resultaba que al cerebro le gustaba entretenerse con estímulos y, al no tenerlos por un buen tiempo, comenzaba a crearlos por su cuenta. Es decir: alucinaciones inducidas. Locura inducida. Tortura mental.

En el momento histórico que acontecía allí mismo; fuentes de relajación. Lo cierto era que Lulú no podía dejar de pensar en la primera opción. Se sentía muy cercana a aquellos sujetos de guerra a los que se les había extraído información a través de la locura inducida.

El cuerpo de Danna convulsionó.

Lulú pensó en la cantidad de tiempo que aguantaría la privación sensorial. Se recordó a si misma sus tiempos de niña; esos en los que aun repartía palabra con su madre o con sus hermanas, cuando dormir con la luz apagada era un castigo y jugar en el bosque no estaba permitido. Aun Lulú cargaba ese extraño rechazo a la oscuridad. Porque era rechazo, no miedo. Lulú estaba consciente de la sutil diferencia entre uno y otro, aunque difícilmente pudiera explicárselo a alguien.

—¡¿Danna?! —gritó a la nada. El sonido ni siquiera se resolvió en eco. Allí no existía superficie alguna con la cual interactuar.

Quizás así se sentiría ser astronauta. Y, ahora que lo pensaba bien, no era en absoluto una buena comparación. Movió extremos de su cuerpo, aterrada nuevamente por una sensación que se le escapaba. Cada movimiento se sentía ciego, cada sonido sordo, cada sentido nulo. Era como dejar de existir, pero sin hacerlo.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora