La niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje.
Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...
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El sacerdote de la iglesia ubicada en la cima de la montaña más lejana del pueblo, junto al Hogar Misericordia de Jesús, se había ofrecido a guiar la caminata. Se trataba de un anciano bastante afectado por los años, desde la perspectiva Mia; un hombre cuyas arrugas en la piel eran directamente proporcionales al alcance de su sabiduría.
Pero mientras él hablaba, su interlocutora se encontraba ciertamente distraída con la presencia de un tordo que, a lo lejos, clavaba sus filosas garras en la cabeza de uno de los faroles. Lo notó cuando, de pronto, las luces de todos ellos se encendieron automáticamente, como solían hacerlo a esas horas de la tarde. Estaba allí, quieto, estático, y la observaba con bastante atención.
Aunque Mia odiara los zanates, reconocía a ese.
Ahuítzotl, como no podía ser otro, acompañaría la caminata en silencio, desde lo lejos, pues al parecer el animal estaba al tanto de ser odiado por la muchacha, como también estaba al tanto de que su antigua dueña terminaría cubierta de tierra.
—Y luego de eso, podemos hacer unos minutos de silencio —culminó el Padre. A su lado, la directora de la escuela pública asentía con cada palabra que escuchaba, como si ella misma se hubiera encargado de todo.
Como Condina era un pueblo particularmente católico, no llamó en lo absoluto la atención que muchos jóvenes llegaran a la iglesia para pedirle su presencia. Entre esos tantos jóvenes se encontraba Mia, claro está. Como era de esperarse, él aceptó.
Había dos Padres en Condina, Sebastian y Miguel, y como era natural, todos adoraban al anciano de Miguel por estar bien arrugado y verse particularmente adorable. No obstante, Dylan Derry no estaba muy de acuerdo con esa contemplación. Desde su perspectiva, escuchar al padre Miguel hablar era como escuchar una línea de viento ingresar por la parte baja de una puerta; leve, sutil, liviana e insuficiente. Cada segundo daba la sensación de que sus arrastradas palabras culminarían con él en el suelo precisando oxígeno.
Dylan traía oxígeno en el auto.
—Gracias, Miguel, en verdad, por estar aquí —Mia esbozó una leve sonrisa—. Será grato contar con sus palabras.
—Claro, por nada. Este... ¿y los padres de Karen? ¿Sabes si están por aquí? Quisiera darles mis condolencias.
Con sutileza, Mia repartió miradas con su amigo, que en ese momento desviaba la vista y se entretenía con lo que le rodeaba.
A la distancia, Lulú fruncía el ceño y captaba la situación que enrojecía tanto a su acompañante; un muchacho de chaqueta bordó, bastante lejos de ellas como para escuchar sus conversaciones las había notado. Danna Fisher había quedado suspendida.
—Mira para acá —murmuró Lulú—. ¿Es sobre él?
Dylan Angus Derry encontró los ojos de Danna, y se perdió en ellos. Danna sintió su pulso acelerarse y su pálida tez cobrar un color mucho más vivo y llamativo. Pero el chico que despertaba todo eso no parecía sentirse avivado por nada. En aquella mirada clara se escondían muchas cosas. Danna pudo notar todas y cada una.