C•A•P•I•T•U•L•O• 19

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—Mierda... —murmuró.

Esa noche finalmente los Fisher cenaron en conjunto. El ambiente no estaba tenso ni hostil como Anna había supuesto conforme preparaba las hamburguesas para la cena, pero todo estaba ciertamente censurado, como en una sala de detención donde nadie puede hablar o donde nadie se atreve hacerlo. La situación requería del cantico de un tordo para recordarles a todos donde se encontraban. Pero Anna no pretendía ser dura con sus niños. Demian estaba herido y Danna también. La diferencia era la manera en la que lo expresaban; una se sumía en la tristeza y el otro ocupaba su cabeza en mil tareas distintas para no atender el ruido de su mente.

Anna había decidido que lo mejor sería llenar el ambiente con la melodía enlatada de la televisión. Los segundos de pantalla negra iniciales los ocupó para respirar. Pero entonces, la imagen que acaparó la pantalla los tumbó todavía más en el silencio. Danna quedó momentáneamente idiotizada.

Murió esta mañana y todo indica que cayó del puente —comentó la reportera con porte serio. El camarógrafo ahora exponía una toma de las aguas del río Noem; estancadas y turbias.

—Mierda... —repitió Danna, con las cejas en lo alto y los ojos bien abiertos.

Aquella era Karen Navarro y la conocía bien. Era una chica alegre, creída y muy pero que muy narcisista. Se habían conocido aquella vez que ambas sufrieron colapsos emocionales y recurrieron al hospital. Karen; anorexia nerviosa y Danna depresión.

Había muchos chismes sobre Danna en el pueblo. Si la tocabas, se te pegaba la peste, si la mirabas a los ojos verías las pupilas del diablo o al mismo infierno ardiendo en llamas en ellos, y muchas otras más. Pero a Karen no le importó nada de eso en lo más mínimo.

Se había acercado, con una media sonrisa, hasta la mesa de Danna. Todos los demás ingresados les lanzaron miradas que pretendieron ser furtivas pero que se volvieron muy evidentes. La niña rica del pueblo dialogaba con la que parecía homicida de primer grado.

Danna no podía culpar a nadie exactamente. Ella, como toda Fisher, no se veía como una persona normal. Era oscura, tenebrosa y extraña y era evidente que todos pretendían huir de ella a como dé lugar. Aparentemente Karen compartía esa oscuridad, porque no temió en comenzar una conversación.

Fue sólo eso. Una hora, quizás, charlando. Luego Karen recibió el alta, o sea la capacidad de irse corriendo de aquella cárcel, y la pequeña amistad quedó allí, en esa mesa de la cafetería en donde repartieron toda la mierda que llevaban dentro.

—¿La conocías? —inquirió Anna, recordándole a su sobrina en dónde estaba.

Danna parpadeó y volvió a enfocarse en la imagen de la tele. Karen Navarro se mató en el rio Noem.

Sonaba incluso peor en su cabeza que en la voz de la reportera.

—Sí —murmuró Danna—. Todos en el pueblo nos conocemos.

—¿Eran amigas? —inquirió Demian, quien por fin se desinteresaba del estado de su patata frita.

Danna se repitió la idea. ¿amigas? ¿Podía aquello considerarse una «amistad»? desde luego no podría saberlo, jamás había tenido una que funcionara como punto de comparación.

Decidió que su relación con Karen había experienciado sentimientos muy similares a los descriptos en libros como «amistad», por tanto, sí que lo eran. Al menos una momentánea amistad.

—La conocía bastante —admitió Danna—. La conocí en el hospital.

Aquella aclaración generó una molestia fugaz en el pecho de Demian.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora