Si los ciudadanos de Condina se encontraran ante la encantadora actividad de seleccionar, entre todos los jóvenes pueblerinos, al muchacho más lindo, atractivo y carismático que pudieran encontrar allí, de seguro el elegido por todos sería Dylan Angus Derry.
De ojos azules, cabello rubio y desordenado como hilos de oro, amplia sonrisa portadora de hoyuelos y una personalidad encantadora, nadie pasaría por alto la presencia de Dylan en un evento social. Era un muchacho amado y elogiado por todos. Los jóvenes eran sus amigos, las jóvenes estaban enamoradas de él y los ancianos se encantaban con sus modales. Todos aquellos atributos eran acompañados por uno bastante esencial en todo pueblito perdido en algún punto de un país tercermundista; Dylan Angus Derry tenía dinero. No tanto como la familia Navarro ni como los Brunelli, pero sí el suficiente como para presumirlo.
No obstante, su padre era un hombre trabajador, modesto y humilde y Dylan había heredado aquellas carismáticas cualidades. Su comportamiento se lucía por ser impecable, al menos para los que no lo conocían del todo.
Mia Parrish no lo conocía del todo, pero tenía la ventaja de conocerle bastante.
Cuando Karen Navarro estaba viva y rodeaba al rubio del cuello, los ojos de todo Condina se posaban, envidiosos, sobre ella. Mia no era la excepción. Más de una vez la morena se chocaba en los pasillos de la escuela con alguna muchacha que le preguntaba, sin ningún tipo de escrúpulo, cómo había podido ser amiga de alguien tan fabuloso siendo ella tan ordinaria. Sí. Con esas palabras.
Mia jamás sabía qué responder.
Dylan era todo. Precioso, masculino, agradable y ciertamente era difícil no enamorarse de alguien como él. Lo difícil era que Dylan se enamorara de alguien.
—Sube al auto, por favor.
La voz de Dylan no perdía su encanto, más en la mente de su receptora, se volvían desastrosas líneas carentes de sentimiento alguno. Mia observó el camino helado que se habría en el Bosque Blanco, observó el auto de Dylan y, después de un rato, no encontró diferencias relevantes entre uno y otro.
—¿Qué quieres? ¿Gritarme? —cuestionó ella.
—No.
—Vete, Dylan, no tengo ganas de estar contigo ahora.
—Mia, por favor. Necesito que hablemos.
Ignorando por completo las suplicas del rubio, Mia retomó su trote siguiendo el borde de la ruta, en dirección a ninguna parte. Y mientras lo hacía, Dylan la seguía en su auto rojo, a una velocidad prudente para no sobrepasarla. Desde allí, estiraba la cabeza hacia fuera, con el frío cortándole la piel, para poder hablar con la única muchacha en Condina que era capaz de ignorarlo.
—Mia.
—Dylan, sigue tu camino. Déjame, intento quemar calorías.
—No seas tonta.
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DANNA • La chica de la casa embrujada ©
ParanormalLa niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje. Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...