C•A•P•I•T•U•L•O• 5

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—¿Los notaste? —inquirió Mía.

Del otro lado de sus rodillas, Karen alzó una ceja y analizó la situación. Hacía alrededor de treinta minutos que sus dos mejores amigos no paraban de incentivar el crecimiento de sus músculos. Dylan, el rubio más adorable del mundo, flexionaba los brazos en las barras y, a su lado, Mia realizaba abdominales como toda una atleta profesional. Karen, en cambio, colocaba sus rodillas sobre las zapatillas de su colega para facilitarle el entrenamiento. Eso ya era trabajo físico suficiente.

—¿El qué? —cuestionó.

—A los Fisher —respondió entre jaleos, y Karen comprendió que la pregunta iba más bien direccionada a Dylan.

—Sí —respondió él, sin dejar de subir y bajar. Las pupilas de la rubia se entretenían en la imagen redundante que generaba aquel movimiento.

«Dylan abajo. Dylan arriba. Dylan abajo. Dylan con músculo»

—Son muchos —comentó Mia, y no pudo sentirse más que como un halago de su parte, aunque los aludidos no se encontraran precisamente allí.

—No sabía que los padres de Danna habían muerto —respondió Dylan.

Después de unos diez minutos en los que no había parado, Karen notó cómo su amigo pegaba un salto hasta quedar en el suelo. Agitado y sudado como el capitán América, el muchacho tomó asiento junto a sus amigas y comenzó a tragar el agua embotella, sediento.

—Es una desgracia —murmuró Karen.

—Sí —convino Mía, que no paraba de subir y bajar. Los músculos de su abdomen ya comenzaban a arder.

—¿Te molesta? —inquirió Karen de pronto, escrutando con sus ojos azules al muchacho frente a ella. Dylan apartó la botella de sus labios, tomó aire y tragó lo último.

—No sé.

Exhausta, Mia detuvo el entrenamiento apoyando los codos sobre el césped. Observó a su amiga, después observó a su amigo y advirtió una energía muy extraña bordeándolos.

Eso no le sorprendió demasiado. Aquella estela de intimidad y confidencia era casi natural entre los dos siameses. No eran hermanos, pero sí lo parecían. Llevaban juntos toda su vida, de seguro compartiendo bañera desde pequeños y, desde que Mia los conocía, eran prácticamente inseparables. Como plus, el atractivo era evidente.

Ojos celestes, cabello rubio y facciones agradables a la vista. Eran como Barbie y Ken en una cita constante y Mia... Mia en comparación se sentía como una muñeca de trapo, de esas que te dan cuando no alcanza para la Barbie.

Y el Hogar estaba repleto de esas.

—Deberías hablar con ella —opinó Karen, encogiendo los hombros como en un gesto desinteresado.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora