C•A•P•I•T•U•L•O• 2

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Mi existencia se resumiría en dos partes: condenación y muerte - Emily Bronte.


La Casa Embrujada en verdad no estaba embrujada

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La Casa Embrujada en verdad no estaba embrujada. Si los Fisher decidían mudarse —que así lo hicieron, en cierto momento—entonces La Casa Embrujada dejaba de oscurecerse; dejaba de habitar allí esa sombra tan amarga y espesa que se escurría entre las grietas y todo volvía a su relativa normalidad.

El conflicto residía en lo que los Fisher tocaban; en lo que habitaban y en lo que, de alguna forma u otra, se hacía con la energía de los maldecidos. 

Pero claro, eso nadie podía saberlo con exactitud. 

Los habitantes más antiguos de Condina habían visto el terreno de aquella casa vacío, habían presenciado el lento y tedioso proceso de construcción de la misma y, con el tiempo, habían notado también cómo la madera se opacaba bajo el brillo del sol, cómo las plantas enredaderas decidían brotar de la tierra para consumir la construcción y cómo, en pleno día, el terreno lucía ensombrecido en comparación al resto del barrio. Otros también notaban el silencio tan espeso que se formaba de pronto cuando pasaban por allí, y el particular frío que residía en el recinto. 

Era extraño y estremecedor.

Eran pocos quienes, después de atravesar la casa, no sentían un escalofrío bajarles por la espalda y envolverlos en un extraño e inexplicable nerviosismo. Así que, como se esperaba de un pueblito pequeño y repleto de leyendas y chismes, la casa oscura en el 66 de Rencor cayó con naturalidad bajo el estigma de estar embrujada.

Entre los jóvenes, quien creía que aquello era verdad, deliraba. Al mismo tiempo, quien creía que era mentira y accedía a la idea de caminar por allí, deliraba también. Los jóvenes de Condina se encontraban aprisionados por los temores de sus padres y sus abuelos y, a la vez, por el orgullo de decirse demasiado inteligentes como para creer en esas cosas. Así que todos llegaron a un acuerdo secreto, no mencionado, de que nadie se acercaría a la Casa Embrujada como así tampoco nadie creería que en efecto lo estaba.

La familia Fisher estaba conformada por tres hermanos adultos. El del medio, David Fisher, estaba muerto junto con su esposa. Sus hijos, Danna y Demian, ahora debían ingeniárselas para sobrevivir.

—¿Volver a vivir en esa casa? —había bufado Demian, con los ojos fijos sobre la mujer que había cuidado de él prácticamente toda su vida. Y no, no se trataba de su madre, pues esta, en efecto, estaba muerta—. Si pretendes torturarme, lo estás logrando de maravilla.

El muchacho, fornido y con tatuajes, llevaba un trozo de pastel a su boca y masticaba con ira. Era algo que se le daba bien a Demian; masticar con ira, frunciendo el ceño y soltando aire por las fosas nasales.

—Esto no es por ti, es por Danna —explicó Anna. Su voz estaba particularmente cargada con un ápice de tristeza. 

Perder a su hermano no era tan impactante como doloroso. Los Fisher acostumbraban a despedir miembros de la familia jóvenes. De hecho, quedaban pocos de ellos. O al menos pocos en comparación a los que eran antes. 

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora