La niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje.
Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...
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La habitación de Karen presumía los restos de la rutina de un ser humano.... Y los de la brutalidad de muchos otros.
No necesitaron subir escaleras en punta de pie ni enganchar los dedos a los retallos de un muro.
Mia Parrish sabía exactamente cómo forzar la entrada a la casa de su mejor amiga.
La mansión Navarro no era un sitio desconocido para alguien tan cercana a las andanzas de esa familia, así que reconoció rápidamente que la mejor entrada se encontraba en la ventana; una pequeña abertura en los umbrales que permitía el acceso de una uña. El cristal se elevó hacia arriba en unos minutos y, tras un parpadeo, se encontraron dentro.
Pero las cosas no habían salido como planeaban.
Después de una larga lista de infortunios, Danna Fisher se encontraba analizando la mancha oscura en la esquina superior de un techo grisáceo. Cada diez segundos saltaba una gota. A veces, los segundos variaban de siete a once. Luego de unas tantas de ellas, se aventuró en pesar que la frecuencia de las gotas dependía del movimiento interior de la correccional.
Sentada en una banqueta dura de metal, Lucrecia estiraba el cuello hacia atrás y soltaba suspiros. Sus ojos estaban perdidos en algún punto entre los sórdidos muros. Cada tanto notaba a un uniformado atravesar el panorama detrás de las rejas, con los ojos clavados a la punta de sus zapatos como niño castigado. Mientras tanto, Mia caminaba de esquina a esquina, empuntando los nervios de sus dos compañeras de desastres.
—Llegamos tarde —murmuró Lulú—. Y mis padres van a matarme...
Danna terminó de contar treinta gotas y la observó.
—Bueno...
Cuando lograron entrar en la habitación y el silencio quedó perdido dentro de sus mentes, notaron que la habitación de Karen se correspondía con el resultado de un saqueo, de un robo, un sismo, de un disturbio exagerado sin precedentes. Estantes en el suelo, prendas de vestir lanzadas por toda la habitación, muebles volteados. Ni siquiera el colchón de la cama estaba en su lugar, sino que gozaba de una postura bastante incómoda entre la pared y la mesa de noche.
Ninguna podía imaginar la batalla que se había gestado allí dentro, aunque Mia, neurótica como estaba, cargaba consigo la certeza de que todo aquello se conectaba con la muerte de su mejor amiga.
—¿Quién podría haber hecho algo como eso? —murmuró Mia, sin parar su insistente recorrido por la celda—. Todo estaba... Todo...
—Para la mierda —zanjó Lulú—. Lo sabemos. Estábamos ahí, junto a ti.
Y era cierto. Lucrecia recordaba con claridad el momento exacto en que los retratos de la pared de Karen fulguraron bajo la inesperada influencia de luces azules y rojas. Y en ese instante, parecía que Mia Parrish no podía dejar de rebobinar el recuerdo. Una y otra vez volviendo al suceso, mientras que, sus compañeras, se condenaban con simpleza al presente.