Solitario y rechazado, el chico Momia lloró, y luego se dirigió a la alacena, encantado - La Melancólica Muerte del Chico Ostras
A la mañana siguiente en el 66 de Rencor, sobre el amarillento césped que cubría el recinto de La Casa Embrujada, yacía una camioneta negra que bien podía parecerse a los vehículos blindados utilizados por los políticos para transporte privado, pero que no dejaba de ser una simple y pulida camioneta que portaba el ineludible color de cualquier Fisher; el negro.
Danna lanzó un suspiro, porque la camioneta indicaba público y porque suspirar se le daba bien.
—Qué desperdicio.
De su interior se apeó la figura de Bárbara, con el cabello negro enredado en una trenza larga que le caía sobre el hombro y superaba el nivel de su busto, y su típica vestimenta monocromática. De vaqueros negros y camiseta color vino, se hizo un lugar en el pórtico y llamó a la puerta.
¿Qué querría allí tan temprano?
Eso no era normal. Y tras pensar en lo que en efecto rayaba lo matutino, no pudo evitar reparar en un detalle todavía más significante y preciso: «cuando mamá y papá estaban aquí, esto no era normal». Y no lo era, en efecto.
Fue Anna quien abrió la puerta y, para su sorpresa, se topó con una amigable sonrisa por parte de Bárbara.
Bárbara no era mucho de sonreír y tenía sus motivos. La maldición de Víctor se encarnaba en su piel de una manera particular. No, no en forma de sueños. No, no en forma de posesiones demoníacas. Y, para más información, tampoco involucraba duendes.
Bárbara era quizás el caso más particular y ordinario de una maldición.
Su cuerpo perdía fuerza, sus párpados se volvían pesados y las mantas de su cama se transformaban en sus mejores amigas y le abrazaban la piel. Sentía el latido de su corazón y la insignificancia de la vida. No hallaba motivos para levantarse del refugio emocional que ubicaba entre las mantas; para ir al baño, para darse una ducha o para simplemente atribuir su cuerpo con algún alimento. Los pensamientos que vagaban por su mente no eran más que extractos descompuestos que le inducían tristeza, o algo parecido a eso porque, si se lo preguntabas, ella aseguraba no sentir nada.
«Nada».
Era depresión. Y era quizás el maleficio más injusto de toda la columna Fisher.
Y sin más, allí estaba, ofreciendo una sonrisa que Anna percibió como maravillosamente genuina.
—Querida —le saludó, con una gran sonrisa. Bárbara no esperaba menos de su tía—. Justo me encuentro preparando té, ¿se te antoja?
La recién llegada aceptó la invitación e ingresó a La Casa Embrujada. Sus ojos viajaron por la madera oscura como si fuese la primera vez, aunque hacía tan solo un par de días habían celebrado la muerte del tío David y su amada esposa. Claro está, esta vez las columnas ébano de madera gozaban de cierta... energía particular, una que no compartía con aquel día de luto.
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DANNA • La chica de la casa embrujada ©
ParanormalLa niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje. Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...