C•A•P•I•T•U•L•O 33

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Al día siguiente la nieve fue una novedad para cualquier persona que abriera las ventanas

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Al día siguiente la nieve fue una novedad para cualquier persona que abriera las ventanas. Estaba por todas partes y, según reportes meteorológicos, lograba los cinco centímetros de alto. Para alguien acostumbrado a pasar grandes inviernos en el sur del mundo, cinco centímetros de nieve no significaban la gran cosa, pero para un habitante del pueblo de Condina, lograr esa cantidad de nieve en menos de un día era magnífico, glorioso, obra de Dios.

Para Lucrecia Brunelli la nieve tenía una connotación un tanto diferente. Dados los sucesos del día anterior, cuando el flujo natural del universo pausó sus corrientes y ningún tordodecidió piar, Lucrecia Brunelli no sólo había advertido que uno de los tantos libros de la biblioteca se hallaba ahora dentro de su mochila, sino que también había decidido que la nieve era obra del diablo.

Incluso el sujeto de la radio lo había advertido: aún era muy temprano para tanta nieve. Faltaban un par de días para que el invierno más crudo avasallara, y ya antelaba su crudeza con nieve. El Bosque Blanco estaría feliz, pues cobraría su aspecto por excelencia; el del blanco, casi pintado bajo el pincel de un gran y conflictivo artista moderno. Desde la perspectiva de Lulú, ese artista habría de estar pasando por una fuerte depresión o una vida de mierda cuyo único disfrute se encontrara en las historias de terror nocturnas, porque no existía otra manera de imaginarse un sitio como el Bosque Blanco.

Cuando puso un pie en la escuela el calor la obligó a quitarse la bufanda. Los abundantes rizos de Lulú, como bien pensaba a veces, eran abrigo suficiente, pues le caían sobre los hombros hasta rozarse la cintura, y desde la distancia se advertía como una pomposa y campanuda melena. Ensortijados sobre su cabeza, obstruyendo de a ratos su vista y rebotando a cada paso. Esa mañana en particular los pasos de Lulú eran invasivos. Con cada uno de ellos parecía capaz de atravesar el avejentado e intelectual suelo de Morgan.

La persona a la que estaba buscando no se hallaba en ningún maldito pasillo desprendiendo la ignorancia de siempre. En cambio, Lulú la encontró sentada en uno de los banquillos del patio interior. Comía una manzana, leía el mismo libro de siempre y eventualmente se sorbía la nariz con los restos de una servilleta arrugada.

Era quizás la única persona tan loca como para tomarse la libertad de estar al aire libre, pero también la única tan responsable como para llegar a primera hora a la escuela.

—¿Qué haces aquí?

Danna Fisher movió los ojos sobre su libro y los dejó sobre los de Lulú. Fue impresionante ver cómo continuaba desprendiendo ese desdén tan radiante sin siquiera intentarlo. De hecho, Lulú estaba muy segura que aquel libro en su mano era también observado con el mismo sentimiento.

—Tú qué haces aquí —replicó ella.

Con toda la angustia que plasmaban sus ojos, Lulú alzó el ejemplar de la biblioteca frente a los ojos de Danna. El encuerado libro, originalmente miembro exclusivo de las estanterías de la biblioteca, ahora estaba en sus manos por obra del destino.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora