Karen Navarro albergaba una inmensa cantidad de secretos. A los ojos de su amiga, algunos podrían ser tan simples y burdos como la identidad del muchacho con el que se veía eventualmente por la noche. Otros, podrían ser tan irrelevantes como el cajón donde ocultaba su diario íntimo. Pero luego estaban esa otra cantidad de secretos; oscuros, siniestros, ocultándose detrás de cada puerta, en el recuerdo de cada noche en las afueras, asomando los dedos debajo de la cama. Esos eran los secretos que, con la muerte de Karen, habían comenzado a deslizarse como gusanos a la luz. Mia Parrish le temió, en especial, a esos últimos. Todos iban como peces al anzuelo para desmontar la vida de Karen Navarro, y las cosas no parecían ir por buen camino.
Esa tarde en el carro de Dylan Angus Derry, el muchacho más adorado y alagado en todo el pueblo de Condina, Mia Parrish se enteró de su existencia.
—¡¿Qué tú y ella qué?!
—¡Te dije que no tiene remedio! —bramó él. Mia notó cómo las venas de su cuello cobraban forma, verdosas y toscas—. Mierda, no debí habértelo dicho, ahora estás perturbada...
—¡No estoy perturbada! —consciente del propio tono de su voz, Mia carraspeó la garganta y contrajo los músculos—. No estoy perturbada —acentuó, ya más tranquila—. Solo... proceso los hechos.
Procesar los hechos no era buena idea, en realidad. Por su salud mental, habría sido mil veces mejor dejar los detalles ocultos bajo la cama, bajo la alfombra, con las ventanas cerradas. Pero ya era muy tarde para eso.
La mente de Mia viajó por cada recuerdo y reparó especialmente aquellos en los que, tanto Karen como Dylan, participaban.
—Dylan —pronunció, después de un minuto de silencio. Los ojos del muchacho expresaron todo el malestar que experimentaba su mente. Él sabía exactamente qué era lo que ella intentaba preguntar, y se sintió tan incómodo que no pudo reaccionar. Su pecho comenzó a contraerse rápidamente—. Alguna vez tú y ella...
—Una vez —respondió. El carro quedó en silencio por un largo rato—. No pasó nada.
Mia tenía mucho que cuestionar a aquella afirmación. ¿Cómo sabía Dylan que no había pasado nada? Además, ¿qué era «nada» en su mundo? Si todo aquello se relacionaba con el aparente suicidio de Karen, la inestabilidad de Dylan el otro día tenía mucho sentido. Pero entonces, obedeciendo las formulaciones mentales de Mia, no podía no haber pasado nada.
—¿Estás seguro de lo que dices?
—Sí.
El interior del carro, como era natural hasta el momento, volvió a sumirse en silencio. Mia se reacomodó en el asiento y Dylan soltó un suspiro. Hacía tanto tiempo el muchacho estiraba el borde de su brazalete de goma, que el objeto comenzaba a desfigurarse y cada vez se soltaba más de la piel que intentaba rodear.
—¿Cómo fue que te enteraste? Es decir... estás seguro de que...
—Ella me lo dijo —Dylan inclinó la cabeza y tomó aire. Los vidriosos ojos de la muchacha admiraban la imagen—. Su madre me lo dijo —el muchacho soltó una carcajada seca, tan contundente que Mia se estremeció—. Al parecer yo debería apellidarme Navarro y no Derry.
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DANNA • La chica de la casa embrujada ©
ÜbernatürlichesLa niña rica del pueblo desaparece una noche, mas en la superficie de un río se reconoce su cuerpo, danzando moribundo entre el oleaje. Desde que nació Danna Fisher escucha que su sangre está maldita, y esa maldición, entre otras cosas, dota a s...