La primera vez que apoyara los labios sobre aquel cuerpo tan delicado y de bella palidez, sintió un estremecimiento y fuego, sintió cada parte de su propio cuerpo despertando como si hubiera tenido otro letargo extenso. No podía dejar de mirarla, no podía separarse de ella, le enloquecía su sabor y su aroma a flores. Pasar por sus senos y su vientre se sintió como el paraíso. Su sufrimiento mental y físico le dolía como si fuera propio. Odiaba que el olor de su sangre estuviera viciado de sustancias, porque le gustaba el aroma con el que ella nació, el olor que lo despertó de su letargo de doscientos años, el olor de la sangre que sintió en su primer encuentro en la playa, que denotaba una reina noble y pura. Era llevado a mundos paralelos escuchando sus tiernos gemidos y viendo su expresión avergonzada y esos ojos que se negaban a abrirse para revelar aquel par de rubíes. Se sorprendió a sí mismo deseando probarla más allá de sus heridas, enseñarle algo verdaderamente placentero, pero no quería asustarla o intimidarla, le había prometido mostrarle una diferencia. Sujetaba sus muñecas con firmeza, para transmitirle seguridad. Su cuerpo deseó un contacto más estrecho, pero decidió negarse a sí mismo y en cambio, darle todo lo que tenía para ofrecer, sin exigir ninguna cosa en lo absoluto. Sólo cuando ella se hubo calmado la puso sobre sus piernas, no le bastaba para sentirse satisfecho, la ansiaba demasiado, pero se obligó a convencerse de que eso era todo lo que necesitaba: su cercanía, su voz de gemidos tímidos, sus labios de cereza, sus tiernas mejillas teñidas de rojo y sus ojos fuertemente cerrados. Si iba a tomarla, que ella decidiera cuando sería el momento indicado. Ella lo decidía todo desde el momento mismo en que lo marcó. Esa marca era muy valiosa para él. Ya no se pertenecía a sí mismo desde aquel día en la playa. La mayor parte de sus pensamientos giraba en torno a ella.
En los días siguientes, Towa permaneció reposando en aquella habitación, todo el tiempo acompañada del Daiyoukai, que no se separaba de ella ni un segundo. Los libros para que estudiara, la comida para que se reestableciera, las medicinas y vendajes eran traídos por los sirvientes y dejados del lado de afuera de la cortina, en completo silencio, sin molestar a los reyes. Él le ayudaba a curarse, a alimentarse y le leía, para que no se atrasara en sus estudios. Incluso era capaz de recitarle pasajes de libros de memoria y contarle acerca de viajes y de cosas de historia, que le servían para instruirse. Él también le contó batallas que había tenido y cómo había hecho para ganarlas, para alimentar su inteligencia estratégica.
Él rápidamente tomó por costumbre tenderla en el lecho y besar sus heridas, la trataba todas las veces con igual delicadeza, como dándose cuenta de que su condición era ligeramente inferior a la de él, pero sin menospreciarla ni por eso ni por su error. De hecho, no volvieron a tocar el tema.
Ella le dejaba hacer, permaneciendo con los ojos cerrados mientras él la recorría. Con el paso de los días, tenía menos miedo y lo sentía más agradable. Era más, una parte de ella se encontraba esperando con cierta ansiedad a que los sirvientes entraran con la medicina y vendajes para que llegase ese momento tan íntimo. Sabía que estaba segura, él de verdad no pretendía llegar más lejos.
Se les hizo costumbre en esos cuatro días dormir juntos para compartir energía. Él se tendía a su lado, pero no le tocaba ni un pelo. Bueno, tal vez sí le tocaba el pelo.
Uno de esos días, ella decidió con cierto temor preguntarle a él por sus propias heridas, quería verlas, ver las consecuencias de sus actos. Él no se negó y se quitó la ropa para mostrarle las cortadas, que prácticamente habían desaparecido, quedando sólo algunas líneas. Él se giró para darle la espalda, levantó su cabello rojo y le enseñó las cortadas que tenía por detrás. Esas eran las peores, ya que la manada de Hikyu atacó por la espalda.
Towa se acercó con manos temblorosas y tocó esas heridas, con tanto temor como si ella misma las hubiera hecho. Se inclinó y pasó la lengua por una de ellas, después de todo se suponía que tenía propiedades sanadoras. Él demudó su expresión a sorpresa y se quedó muy quieto y callado. Entrecerró los ojos, disfrutando de cada pasada y un tenue rubor lo cubrió. Él no necesitaba eso, pero le resultaba muy agradable. Estaba siendo correspondido en algo más allá del combate. No imaginaba que eso se sentiría tan satisfactorio. Era un momento que quería que durara para siempre, pero no tuvo esa fortuna, ya que una sirviente entró, anunciándole que tenía una visita importante. Maldijo para sus adentros, se vistió y le dijo a Towa que descansara hasta su regreso.
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Larga vida a la Reina - Fanfic Kirinmaru Towa - UA
RomansaDespués de que su vida fuera salvada en batalla, el kirin entrega el trono del Oeste en manos de Towa y pide su mano. Towa se verá envuelta entre el tumultuoso estilo de vida de los youkai y su deseo de ser humana y estar con su familia. Disclaimer:...