Capítulo 35: Desayuno.

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He perdido la cuenta de las horas que llevo aquí, postrada sobre esta silla metálica, incómoda y fría

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He perdido la cuenta de las horas que llevo aquí, postrada sobre esta silla metálica, incómoda y fría.

Después de que Archie se marchara en aquel coche, otro con luces azules y rojas llegó para llevarme hasta el departamento policial de Seattle. El estupor de los transeúntes era cada vez mayor, algunos se habían permitido el lujo de acercarse hasta mí para saciar sus preguntas.

—Si quieres podemos estar aquí toda la maldita noche, Fisher —recalca el mayor de todos los policías, tocando su espesa barba canosa con la mano—. Te lo preguntaré una vez más, ¿dónde guarda tu prometido el dinero negro?

Reclino mi cabeza hacia atrás, ya le contesté esa pregunta más de veinte veces. Y veinte veces no me ha creído.

—Te diré lo mismo que hace diez minutos, no lo sé, agente Holding.

De nuevo, me mira con cansancio y se marcha de sala de interrogatorio.

No me puedo creer que me encuentre aquí, no me lo creo. Es el cumpleaños de Archie, y no le veo desde ese suceso sacado de CSI.

—Será mejor que colabore Violet, ser cómplice de fraude es grave, podría ir a la cárcel —Me explica un chico joven uniformado, lleva escribiendo todo lo que digo en una libreta negra.

Suspiro pesadamente y bebo un poco de agua de la botella que me cedieron cuando llegué. El foco de luz que tengo encima de la cabeza hace que me sienta cada vez más expuesta, están pendientes a cada gesto que hago con la cara.

—Archie no es un estafador, le conozco.

El joven abre una carpeta azul, desde aquí puedo leer Archie Brown, escrito en rojo sobre ella. Es gruesa, acumula bastantes folios.

Joder. Joder.

—Según la investigación, el hotelero Archie Brown habría defraudado cuotas que superarían los siete millones de dólares —dice leyendo la primera hoja que se encuentra al abrir dicha carpeta.

—No, él no haría eso. Es un buen hombre —replico, una vez más.

El señor Holding entra de nuevo, sus zapatos de suela gruesa rechinan contra el parquet marrón del suelo.

Deja un café de máquina sobre la mesa para volver a sentarse. Sus ojos grises caen sobre mí.

—Acabe con esto, diga la verdad. Su cara bonita no me hará creer que es inocente—recrimina apoyando las manos sobre la mesa, tiene los puños cerrados con fuerza—. Una camarera joven, sin apenas estudios y prometida con un ricachón en menos de un año, sospechoso.

Cierro los ojos con fuerza, tengo sueño, ganas de romper en lágrimas y salir corriendo en busca de mi prometido.

—¿Puedo verle? —cuestiono cruzando los brazos sobre mí pecho.

Ambos niegan con la cabeza.

—Me temo que no, ahora se encuentra en la enfermería y después pasará al interrogatorio, como usted —explica el segundo agente bajo la mirada furiosa de su superior.

Sugarbaby.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora