Capítulo 11: Querernos.

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Observar la rabia en su mirada y la culpa en el temblor de sus finas manos me quiebra.

Me arde.

Me indigna.

Me consume.

Y  sobre todo, aunque sé que no debería, los celos se estaban apoderando de mis células.

Maldita testosterona.

Sé de buena tinta que los celos no significan amor. Ni siquiera se acerca. Es un escudo para cubrir la inseguridad hacía uno mismo.

Yo, Archie Brown, me siento como un puto conejo de laboratorio.

Presenciar como sus lágrimas corrían rebeldes por su rostro de tono amapola hacía que un nudo invisible se instalará en mi cuello, esa intensidad con la que apretaba sus puños era la que quería que usará para amarme.

Sueno como un jodido egoísta, y probablemente lo sea, pero ¿Cómo debo sentirme?

Acelero y bajo el volumen de la radio, no quiero que piense que no me apetece escucharla.

Violet suspira pesadamente, acaricia débilmente la manilla de la puerta del coche. Está buscando mi atención. Mis ojos caen sobre su cuello expuesto, gracias a la luz neón roja del semáforo nos detenemos.

—Violet, respira. Sé que es duro pero tú no debes sentir un ápice de culpabilidad —Deposito un reguero de besos húmedos en su blanquecino cuello—. Sonríeme un poco, anda.

Ella sigue muda, entreguerras en su mente cierra los ojos agradeciendo mí invasión en su piel.

—¿Qué puedo hacer para satisfacerte?

Mi pregunta capta todas sus alarmas. El semáforo da paso a los vehículos, pero apenas he avanzado unos kilómetros Violet declara sus perversas peticiones:

—Fóllame en este coche —susurra con total seguridad—. Ahora.

¡Joder! Tan solo escuchar esas sucias palabras de esos labios pecaminosos hacen que tenga una erección imparable. La tengo tan dura que incluso me duele.

Sé donde podemos ir, aún queda un largo trayecto para llegar a casa y no puedo esperar para meter mi lengua entre sus suaves muslos.

Menos aún si Violet sigue tocándome la polla por encima del pantalón. Enseñándome con total provocación sus duros pezones por encima de su ropa.

Sus hombros suben y bajan exaltados por la situación.

No puedo pensar solo conduzco a más velocidad de la debida, pero con precaución. No me importa una mierda si me multan, puedo permitirme el lujo de pagarla, pero no puedo seguir esperando el ansiado momento de estar dentro de mí chica.

Aparco en un descampado, no tengo muy claro en qué punto nos encontramos, pero ¿a quién le importa?

Realmente, debería importarme ya que la prensa podría hacernos una emboscada, aunque estamos realmente apartados de Seattle.

Sugarbaby.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora