[4] TOCADISCOS ━━ harry potter

One of these days these boots are gonna walk all over you (extra IX. Potter)

ix.

JAMES POTTER está en el limbo. O al menos, su alma lo es.

Ha pasado tanto tiempo allí que ya empieza a cuestionarse cuál de todas las cosas que hizo vivo fueron suficientes para que el universo decidiera no permitir a su alma tener un descanso tras ser asesinado. Aunque tuvo la vaga esperanza de salvarse, justo cuando el imbécil de Voldemort le apuntó la varita directo a la cara con él desarmado, el sentimiento murió tan pronto como vio el interminable blanco y la extensa soledad que lo rodeaba.

Tal vez eso era bueno. Estar solo significaba que Lena logró escapar con Harry y Voldemort fue detrás de ella, ignorando al trío de niños pequeños encerrados en dos de las cuatro habitaciones de Valle de Godric. Esforzándose, James incluso imaginaba que ella llegó a Sirius antes que cara-de-serpiente la encontrara y su hermano amparó a sus hijos como aseguró que haría el día que fue nombrado padrino de Harry. 

Por supuesto, la mayor parte del pensamiento se trataba de él no queriendo volverse loco. Si había alguien que merecía la paz después de la muerte, era Lena. Y sus bebés eran demasiado inocentes para condenarse al limbo; pequeños, protegidos de futuras decisiones estúpidas tomadas con los nervios al tope. La inocencia era la ventaja.

James, un caso diferente como siempre, estaba maldito a quedarse aquí, sin saber de otra cosa que no sea su propia miseria.

— ¡Maldita sea! — gritó, alzando los brazos. El eco de su voz rompió las ondas de silencio dominantes en la espesura blanca, pero aparte de repeticiones del juramente, todo permaneció igual — ¿Acaso tengo que pedir perdón por colocar de cabeza a Quejicus esa vez en quinto año para irme? ¡Porque eso no va a pasar!

Nada.

Ya no entendía de dónde sacaba ilusión.

Decidió tirarse. James descubrió hace (¿Cuánto tiempo pasó? ¿Años? ¿Meses? ¿Horas? ¿Días? ¿Minutos?) bueno, no importa, James descubrió que si se acostaba, en realidad comenzaría a flotar. Nunca había algo sólido de lo que sostenerse, tocar, o al menos sentir. Sus pies descalzos cosquilleaban al intentar caminar en la neblina, como nubes. Un sueño distante de cuando era niño y no dejaba de repetir a sus primos que algún día caminaría a través de las nubes estaba volviéndose una eterna pesadilla. Daría su cuenta entera de Gringotts si al menos tuviera la oportunidad de apoyarse una última vez sobre el suelo.

Le tomó cinco minutos darse cuenta que las nubes se habían ido. Debajo de su espalda, la espesura blanca dolía al tacto. Era fría, rígida y lo más importante, sólida. Cerró los ojos, porque rompería a llorar como todo volviera a ser una alucinación, y esperó. El crack y la grieta abriéndose bajo él lo asustó lo suficiente para impulsarse y colocarse de pie.