Capítulo 11

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Este hombre lleva la noche, madrugada encima de mí. Me duele todo el cuerpo, se ha encargo de ponerme en todas las maneras posibles que se le ha ocurrido.

Las partes sensibles de mi cuerpo escocen, mi sexo arde por tanto seguido, sin descanso, brusco, violento. Trato de aguantarme los quejidos de dolor, así como la humillación a la que constantemente soy sometida.

Repite que soy una puta cada dos por tres, una que merece todo lo que le está pasando, que como puta va a seguir hasta zacearse, que por eso pagó su dinero.

—Eres tan adictiva...—jadea, siendo él quien de los dos lo hace, esto no me está causando ningún placer más que dolor, esto último necesito guardarlo.

Lo menos que quiero es arruinar todo. Yo puedo con esto y más, resistiré tanto, aceptaré lo que sea.

—Tu vagina apretada succiona mi pene como un guante, me gusta el color rosa que tiene.

¿Cómo no va a estar de ese color? Debo estar irritada a límites difíciles de mejorar en un solo día.

Recibo sus empellones mordiéndome la lengua por dentro, tengo los gritos, los quejidos atascado en la garganta. Ni una lágrima, Shayna, esto es solo una prueba que debo soportar, otra más.

La posición en la que estoy ubicada hace todo más lastimero.

—Quédate quieta, perra —ordena, embistiendo más a fondo, provocando que la parte superior de mi cabeza choque con el barandal de la cama.

Estoy de lado, con ese hombre de rodillas en la cama, tengo la pierna que sostiene marcada con sus dedos, así como el cuello con chupetones rozas, junto a los senos tan dolidos que cualquier roce va a molestar.

Arremete con más salvajismo, puedo deducir que lo que vendrá a continuación, tendrá un orgasmo de nuevo. La mueca de satisfacción empeora mi estado, se supone que es una búsqueda de placer mutuo, se supone, ya nada me sorprende, sabía en lo que me estaba metiendo, sé cómo son los hombres y Merylin como Hannah lo advirtieron, este no es el primer animal con el que tengo encuentros.

La última embestida doblega un poco la resistencia que tengo, sacándome un quejido que apenas si mantengo lo suficientemente bajo. Se presiona cerrando los ojos y se descarga en el preservativo.

Siento alivio al no tenerlo sobre mi cuerpo, al terminar soy arrojada como un trapo en el lado de la cama.

Cubro todo con un par de sábanas, no voy a llorar, son casi las siete de la mañana en el momento que empieza a vestirse.

La música del bar se apagó hace rato.

—Eres bonita, me gustan tus labios, exactamente la estrecha vagina que tienes —sigue hablando, yo he sido la muda, no le tengo confianza, tampoco nada de empatía.

Los sentimentalismos están demás, sin embargo, ahí siguen y nadie los va a quitar, nada quita el hecho que fui tratada peor que nada por este sujeto toda la noche, que solo fui un cuerpo. Es lo que seré al estar en estas paredes, un instrumento del placer para los hombres.

Arroja un par de billetes que se esparcen las sábanas rojas de la cama, tocan mi rostro, se adhieren a la piel sudada, maltratada.

—Excelente servicio, puta, valió la pena cada centavo que pague por ti —sube a la cama, aparta los billetes, tosco, pasea un pulgar en mis labios —. Me volví adicto de estos labios.

Los muerde sin tener reacción, soy una estatua que se deja hacer.

—Vendré pronto a follarte de nuevo —el escalofrío congela todos los huesos, así como retuerce mis entrañas —. Me gusta lo silenciosa que eres, la próxima vez te cogeré hasta hacerte llorar.

HOPE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora