Capítulo 30

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Tenía que ser un Murphy otra vez, no se cansan de arruinarme la vida, amargarme la existencia, parece que el pasatiempo favorito de ellos es solo molestarme, hacerme la vida miserable.

—Yo a ti no te debo ni te fallé en nada, vete a otro lado con tus delirios de demente —reviro, enardecida y furiosa.

Aprieto el móvil contra la oreja, odiándolos un poco más. Yo nunca fui una mujer de rencores y odios, pero con estas personas aprendes a que a veces en lo que no eres o te convierten o debes convertirte para poder lidiar con la maldad habitada dentro de ellos o combatirla.

—Dulce Shay —se carcajea provocándome arcadas —. Allá tú si deseas ver las cosas según tu conveniencia e irrealidad, te dije que hicieras algo y envés de eso lo que hiciste fue jugar a la casita feliz.

Este tipo me tiene sin cuidado y a la misma vez con mucho, es peligroso, lo supe desde el primer momento en el que lo conocí.

—En ningún momento te dije que haría nada, ahora haz de cuenta que no existo y pasa de largo, maniático —sugiero, las luces de emergencia comienzan a vislumbrarse.

Voy a colgar, ya no tengo nada más que hablar con Charlie, ni con su familia, solo quiero paz, tranquilidad, que me devuelvan a mi hija y atenderlos a ambos, a ella y a mi esposo, buscar las córneas para Hope es la prioridad principal.

—¿Sabes? —evita cualquier movimiento de mi parte —. Yo no olvido, tampoco doy segundas oportunidades, yo cobro...y con creces. Me saludas a tu esposo, dulce Shay.

Con eso sí se escucha el pitido de la llamada finalizada.

No solo es la ropa humedecida o el posible frío dentro del auto, es esa amenaza directa.

Me están atacando por todos lados, quieren acorralarme.

Dante medio se mueve y dejo el móvil para cubrirlo con una manta atrás, tiene frío, no me escucha y tampoco emite un sonido alguno.

—¿Todo está bien, señora? —inquiere Harold, viéndome por el espejo retrovisor.

Suspiro, volteo hacia el cristal de la ventana, sigue lloviendo a cántaros, a mí me llueve por dentro.

—Eso me gustaría, Harold.

Nos reciben desde el estacionamiento, todo indica que para estas circunstancias Dante tiene las cosas organizadas y predichas. El área se encuentra desalojada y solo el personal médico se halla en dicho lugar.

Desde nuestra llegada lo toman subiéndolo en una camilla, hablan en términos médicos incluso a través de radios. Subimos al ascensor subterráneo, donde soy alejada de mi esposo en lo que prácticamente le rompen la ropa para conectarlo a diversas máquinas y canalizarlo por varias partes donde un solo brazo tiene incluso hasta tres jeringas a la vez.

Está como tieso sin escuchar nada de lo que sucede a su alrededor y debo taparme los labios buscando no interferir o distraer ante mi llanto.

No me dejes todavía, no estoy preparada y nunca lo estaré. Te lo ruego.

Nos sacan a un pasillo solitario y quiero ir tras él al llegar a una habitación, pero me bloquean el paso los mismos médicos.

—No puede pasar, señora, les informaremos de cualquier cosa.

No hago drama, ni grito.

Solo me repito que soy una mujer fuerte y podré con todo esto, a Dante le esperan muchos años de vida y este es un hospital catalogado como uno de los mejores del mundo, los médicos son recomendados.

Harold me jala para sentarme.

—Señora, debe cambiarse de ropa, está algo húmeda.

Niego, no voy a moverme del hospital y menos sin ver a mi hija.

HOPE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora