Capítulo 24

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Llevo varios días mal, tengo mucho sueño, hambre más seguido, sin embargo, todo lo que como vuelvo a vomitarlo, ciertos olores me provocan interminables náuseas y de momento vivo antojada de cosas raras, cosas que no me gustaban y ahora se me apetecen.

Tengo mareos, a veces dolor de cabeza.

Ha pasado poco más de siete semanas desde que me escapé de casa para ir a ese lugar. Mejor ni recuerdo, cada vez que mi memoria emboca ese momento, escalofríos recorren mi piel, me siento muy mal, la tristeza invade todo de mí, fui ultrajada y no pude ir a ningún lugar, mis padres simplemente no pueden enterrarse de nada.

Pero, ¿Qué hago ahora? Tengo retraso menstrual de ocho semanas, en la facultad enseñan en todo eso de los ciclos menstruales y yo no quiero entrar en pánico, me mataran es seguro. Si eso sucede voy a morir a manos de mi propia familia.

Salgo de mi clase paseándome por el campus sola, mi amiga hoy no vino y mi hermana todavía no ingresa a la universidad.

Quiero comer chocolate, por ello me acerco a la cafetería donde como una niña pequeña pido una barrita la cual apenas tengo empiezo a devorar con urgencia, gimiendo complacida.

Lo he calculado todo, a medida que avanzo hacia el hospital más cercano, es gratis si vengo de la universidad, solo el mero pavor de toda la situación me tiene mal, el sudor mojando mi ropa, así como una que otra lágrima escapa de mí, ¿Y si es cierto? Si estoy embarazada, van a matarme, ya no seré digna de la familia según sus reglas.

Dejo de pensar terminando la barra de chocolate, subo la capucha del abrigo en este día lluvioso, la llovizna ha parado, sin embargo, yo no deseo que ningún compañero me identifique. Agacho la cabeza, mirando mis converse gris camuflarse entre el color del petróleo.

Llego al hospital atendiéndome con un médico general, el cual me hace preguntas de todo lo más íntimo antes de mandarme a tomar una muestra de sangre e indicarme esperar por una hora a más tardar, la hora más eterna y corta de mi vida hasta ese momento.

No podía estarme tranquila, pasaba de un lugar a otro, mi pantalón deportivo ancho terminó húmedo por todas las veces en las cuales froté mis manos de él. Quería calmar la ansiedad y cuando esa chica corresponsal dijo mi nombre, entregándome ese sobre, salí del lugar abriéndolo para que mi mundo en cuanto me arme de valor cambiara para siempre, un resultado claro, positivo, tenía casi dos meses de embarazo.

Volví a casa sin saber qué hacer, escondiendo ese resultado por una semana en la cual iba y venía de la universidad en silencio. Mis dos meses de embarazo se completaron y con él, los malestares mucho más fuertes de los anteriores, estaba delgada, indecisa y asustada, pero si tenía en claro que quería tener a mi bebé.

Mis padres, hermana, tías y allegados comenzaron con las preguntas del porque de mi estado, no me quedó más que aquella tarde reunir a mis padres después de un duro día de estudios, decirles la verdad.

Aún recuerdo la expresión de aberración, rechazo en mi padre seguido de esa bofetada y la palabra zorra haciendo eco por toda la casa, luego la frialdad de mi madre sugiriendo inmediatamente un aborto, así como las acusaciones de mi padre el cual ya tenía arreglado un compromiso para casarme.

No eres digna de ser mi hija.

Eres una cualquiera.

Ya no podrás casarte con ningún hombre más que alguien se apiade de ti por tu moral denigrante.

Aborta ese bastardo.

¿Quién es el padre?

Lloré, supliqué y me cubrí cuando una patada vino a mi vientre, yo no quería perder a mi bebé, yo no sabía quién era su padre y tampoco fue concebida de la manera más normal del mundo, pero era y es mi bebé, no pidió que la hicieran.

HOPE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora