Capítulo 19

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No, no va a tocarme de nuevo ni en contra de mi voluntad como en años anteriores, así me esté muriendo del miedo no tengo porqué pagar lo que yo no pedí.

—Aléjate ahora, Thomas —repito, ya casi no hay espacio hacia donde retroceder, cada vez está más cerca, las intensiones claras, no va a dejarme en paz.

—¿Qué vas a hacer? —inquiere, terminando de quitarse la corbata, enroscándola en sus manos, tira de ella en un sonido sordo que logra ponerme alerta dando un brinco de pánico.

Tengo la garganta reseca, el corazón acelerado, martillando dolorido ante el temor que azota.

—No me conoces, deja esto por la tranquilidad de todos.

Mis palabras rebotan para Thomas, no queda espacio, estoy atrapada en la pared sin otro lugar donde avanzar, con todas las fuerzas posible ato el nudo de la bata, casi hasta quedar sin aire.

Tengo una cascada de lágrimas indetenibles, mucho frío, también calor, el sudor adhiere la ropa a la piel, las rodillas quieren fallarme.

—No vas a escapar de mis garras, Shayna —no lo veo venir, antes que pueda correr de nuevo, suelta una cachetada la cual revienta mi labio en el proceso de lo fuerte que es.

Logra tambalearme, sujetándome con los dedos de la pared, arañando, un par de uñas se rompe, logro mantenerme en pie.

—A las perras como tú, hay que tratarlas así, para recordarles el lugar que ocupan en el mundo.

No puedo con esto, yo no voy a soportar el maltrato físico, suficiente el verbal y psicológico, con voluntad soy capaz de moverme antes de permitirle atarme del cabello o que vuelva a arremeter contra mi rostro, dejando que la palma le recaiga contra la pared y que el golpe lo reciba él.

La cachetada me ha dejado aturdida, más menos maniatada ni inservible.

Pero es muy rápido y veloz, me sujeta desde atrás por el cabello, encorvándome el cuerpo violentamente, grito de dolor, algunos mechones de cabello van a quedar en su mano por el agarre tan fuerte ejercido.

—¡Suéltame! —grito, doliéndome la garganta.

No soporto sentir sus asquerosas manos tocándome el cuerpo, los senos, parece drogado.

—¿Dinero es lo que quieres? ¿Eh? —susurra en el oído, lamiéndome la oreja. Asco, repudio. Obligándome a girar el cuello, me besa a la fuerza —. Aquí tienes, zorra, voy a coger de todas formas, nadie va ayudarte.

Tira un fajo de dinero sobre mi, como símbolo de humillación, intento moverme, tumbando un par de cosas, ruidos, cristales, no lo sé, a tientas busco con que defenderme. Sintiendo que cientos de agujas se clavan en el cráneo, giro, de tan fuerte que aprieto la mandíbula tengo un zumbido en el oído, distingo las venas marcadas en la frente.

De frente pateo su entrepierna, obligándolo a soltarme.

Con el aturdimiento generado, aferro todo a salir de esta habitación, buscar la forma de largarme de aquí con mi hija, nunca se la voy a dejar así sufra violencia física, se va a joder, destruiré sus planes, se arrepentirá toda la vida de haberme traído aquí.

Me agarra de una pierna, caigo, con las palmas al frente como salvavidas para el rostro, lo pateo, en la cara, el pecho, consecutivamente.

—¡Hija de puta! —brama, sin soltarme.

—¡Déjame! ¡Suéltame!

Se sube sobre mí, asfixiándome con el peso de su cuerpo, lo deja caer todo sobre mi estómago y el esófago, prohibiendo la entrada de aire.

HOPE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora