Como todos los días, me tomo una taza de café ardiente antes de salir a trabajar. Me visto con uno de los conjuntos nuevos que compré ayer y me arreglo de una manera digna. Me siento diferente, en mi reflejo observo belleza y algo más. Me dirijo hacia mi oficina, pero esta vez voy con seguridad al caminar. Veo varias miradas posadas en mí y no puedo evitar sentirme poderosa. Todos me catalogan como una mujer poderosa, pero ellos no saben lo mierda que me he estado sintiendo de un tiempo para acá. No sé desde cuándo, pero ya no me gusta alabarme a mí misma ni usar los mismos adjetivos que los medios y las personas utilizan para describirme. Al fin y al cabo, nadie conoce lo que hay dentro de mí y lo que hay dentro no se acerca para nada al sentimiento de poder y satisfacción personal. Llego a la empresa, saludo a los empleados, y antes de tomar el ascensor noto varias caras de asombro y perplejidad. Hasta donde yo sé hay dos posibilidades: me veo ridícula con mi nueva imagen o extremadamente bien. Mejor opto por la segunda opción.
―Hola Mikeyla ― saludo a mi secretaria.
Ella, una mujer baja, tiene espejuelos que le hacen los ojos mucho más grandes de lo que ya son. Su pelo es color azabache, lacio y suave como la seda. Es tímida, pero muy eficiente. Lleva cuatro años siendo mi secretaria y hasta el sol de hoy no he tenido que quejarme de su desempeño laboral. Al verme, lo hace llena de asombro.
―Jefa, usted está hermosa. No, eso no es lo más que me asombra se ve rejuvenecida... segura― me halaga asombrada.
― Solo me hice algunos toques, resaltando lo que ya estaba... solo lo tenía escondido― dije en tono divertido.
―Ante todo, humildad, jefa...
Reímos.
―Hoy son las entrevistas, ¿cierto? ― pregunto aunque sé la respuesta.
― Sí, ya han llegado tres.
―Bien, a las nueve en punto que pasen de uno en uno a mi oficina.
―Bien. ¿Desea algo de comer?
―No― respondo sonando más tajante de lo que pretendo
La verdad es que no sé qué haría sin mi secretaria. Estoy consciente de que es mucho trabajo para ella. No es humano que tenga que hacer el papeleo, ir a reuniones conmigo, desvelarse y encima tenga que atender mis cosas personales. Es por esto el motivo de las entrevistas de hoy. Necesito un asistente personal.
Soy dueña y accionista mayoritaria de una empresa publicitaria. Mis padres la fundaron hace mucho tiempo atrás. Ellos tenían varios negocios en los Estados Unidos, pero, según me contó mi padre, llegaron a esta fabulosa isla y quedaron enamorados de ella. Por eso decidió construir un imperio desde aquí. Nací en Nueva York, pero desde los siete años fui arropada por el sol caribeño. Cuando mis padres murieron me convertí en la única heredera de la empresa. Antes de haberme convertido en la dueña de CrossMicawell Publishing & Desing, me gradué con una maestría en administración de empresas. Aunque fuera la hija de los dueños de una de las empresas publicitarias más importantes del Caribe, mi padre siempre recalcó que la educación era nuestra mayor arma y que yo, como su hija necesitaba estar preparada para entrar al mundo empresarial. Mi trabajo se basa en múltiples reuniones, negociaciones, la supervisión y aprobación de todo lo que sale de la empresa; desde los comerciales y anuncios publicitarios hasta los fondos benéficos que hacemos todos los años. Es mucha la responsabilidad que tengo encima de la espalda, pero cuento con los mejores empleados y gracias a mi padre y sus consejos, todos en conjunto hacen que la compañía y el trabajo que hacemos sean de calidad, excelencia y elegancia.
Lo más que me disfruto de mi trabajo y de toda la responsabilidad que tengo es que me mantiene ocupada y no siento a Soledad rondando a mi alrededor. Lo triste es cuando llego a mi apartamento. Esta me arropa en sus brazos y no quiere soltarme; me ahoga, me asfixia y no me deja dormir. Al poco tiempo de que mi relación terminara, me di cuenta de que no lo extrañaría a él, sino al afecto, al cariño... a la compañía. Mi dolor está relacionado con el miedo a quedarme sola para siempre. Pasó el tiempo y me acostumbré al vacío en mi interior y dejé que doña Soledad se instalara en mi vida. Ya no quiero seguir pensando en mi situación; hay mucho trabajo por hacer y varias entrevistas que realizar. Faltan cinco minutos para las nueve, organizo mi escritorio y arreglo mi vestido. Ya son las nueve: que comience la función.
ESTÁS LEYENDO
Los mandamientos de Nathan
RomanceTodo estaba estrictamente controlado; su vida, su placer, sus emociones, sus relaciones... Su corazón era intocable. Sus mandamientos lograban que esa coraza alrededor de su corazón nunca se rompiera. Lo más importante; lo mantenían alejado de ese...