Capítulo Diez: Trajiste todo de Vuelta

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Capítulo X: Trajiste todo de vuelta

Luego de tres horas de limpieza decido ir a Plaza para comprar... Y comprar y comprar... Este hábito ha sido una gran terapia en los últimos años. Aunque debo confesar que desde que estoy con Fernando no lo hago, al menos no de manera desenfrenada. Pero desde que volví, he estado sometida a situaciones de estrés y confusión, así que compraré ropa y todo lo que me llame la atención. De esta manera me distraeré y me relajaré.

Luego de cuatro horas de compras, he decidido que es suficiente por hoy. He gastado alrededor de dos mil dólares; tengo que detenerme. He tenido que ir al carro tres veces para llevar los paquetes para seguir con las compras. Bueno, seré sincera, no me hubiera detenido a no ser porque ya Plaza está por cerrar. Prácticamente me están cerrando las puertas en la cara. Me dirijo hacia mi carro por última vez, pues ya me voy. Busco mi vehículo en el estacionamiento, cuando lo encuentro... ¡Dios mío! ¿Quién le hizo esto a mi auto? Con pintura de aerosol escribieron en todos los cristales la palabra "Puta", los retrovisores están destruidos y toda la pintura está rayada. Miro a mi alrededor... No hay más automóviles cerca del mío; solo quedan unos pocos lejos... ¿Quién me hizo esto? El corazón se me quiere salir por la boca... ¿Qué hago? Llamo a Jonathan para avisarle, luego busco a algún guardia de seguridad.

— ¿Nathan?— Mi voz suena alarmada y no es para menos.

Kayla, ¿qué te pasa? ¿Qué te pasó?

— A-alguien me... me vandalizó el carro... No sé... Lo destrozaron...— digo alterada.

Tranquila, voy para allá. Busca al guardia de seguridad, yo llamo a la policía— dice con calma.

Me dispongo a hacer lo ordenado, cuando de momento una figura se interpone en mi camino.

— Te dije que te alejaras de él, puta.

No me dio tiempo ni de analizar bien su rostro, cuando sin más Alejandra me propina una sólida bofetada en la cara. Siento mi mejilla arder.

— ¡¿Qué te pasa?!— Grazno.

— ¿Cómo que qué me pasa? Por tu culpa, por tu culpa, zorra, Nathan me dejó. Dijiste que no te meterías.

Y vuelve y me vira la cara con otra bofetada, esta escoció más. Yo me encuentro paralizada.

— Escucha, Alejandra yo no...— trato de calmarla.

Sin esperarlo comienza a halarme por los pelos. Lo menos que quiero es pelear, pero mis instintos me dicen que me defienda. Trato de darle en la cara, pero en el intento falló, así que la araño...

— ¡Suéltame!— Grito.

Me tira al piso y comienza a cachetearme. Trato de detenerla, pero me tiene aprisionada... Siento algo espeso bajando por ni nariz; sangre. Los golpes deberían dolerme, pero no es así porque la adrenalina no me deja sentirlos. Logro sacarla de encima de mí y con una fuerza antes desconocida comienzo a defenderme muy agresivamente. Le doy un fuerte puño en la nariz lo que provocó que retumbara hacia atrás.

— ERES UNA ESTÚPIDA, PUTA, CABRONA... LA VAS A PAGAR MUY CARO... LO JURO— Alejandra parece poseída.

— Mira tipita, te voy a dejar algo muy claro; me importa tres carajos si Nathan se iba a casar contigo o no... Me importa una mierda, pues ya él tomó su decisión. ¡Por Dios! ¿Qué te pasa? ¿Qué edad tienes? ¿Me destrozas el carro y haces esto?— digo fuera de mí.

— Eso te pregunto yo, ¿qué edad tienes? No puedes controlar tus piernas ni tus hormonas y tienes que andar abriéndoselas a mi novio como adolescente.

Los mandamientos de NathanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora