Capítulo Veintiuno: Sangre

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NATHAN

Pareceré marica, pero mi corazón late con fuerza; estoy emocionado. Kayla acaba de pedirme matrimonio. Debo parecer idiota porque no digo nada solo abro los ojos como platos. Es graciosa la situación. Bueno, graciosa y romántica; llevo más de tres meses planeando cómo le pediré matrimonio a Kayla, y ella viene y se me adelanta. Sí, se lo iba a pedir en aquél fabuloso hotel que reservé para dentro de dos semanas.
Su propuesta no me hace sentir mal ni mucho menos, al contrario; el hecho de que ambos deseamos pasar el resto de nuestras vidas juntos es maravilloso... Quiero decir, en un matrimonio; unir nuestras vidas legalmente. Sí, porque aunque nunca nos casáramos, estaríamos juntos de todos modos.

Miro los cuadros con mis fotografías una vez más sin moverme del lugar. Nuestros ojos se encuentran y los de ella reflejan ansiedad e incertidumbre. No es para menos, acaba de pedirme que me case con ella y yo no soy capaz de articular palabra alguna.

— Dime algo, caramba...— me ruega Kayla.

Me río porque es lo único que me sale hacer.

—¿De qué coños te ríes? No me hagas quedar como estúpida...

— Mi amor, no eres estúpida... Eres la mujer más increíble que he conocido. Eres totalmente impredecible, única, sensual y caliente. Eres... Eres la mujer que quiero esperar en el altar mientras camina por el pasillo de la catedral vestida de blanco...

Ella suelta el aire que estaba reteniendo y con ojos brillosos se abalanza sobre mí. Me empuja hacia una puerta que está a unos pasos de mi espalda. El beso pasó de tierno a apasionado... A un beso necesitado.

—Te amo, Nathan— me dice sobre mis labios.

— Yo también te amo...

Mi anatomía no me falla y ya estoy empalmado. Una vez dentro del cuarto de revelado, nuestra ropa comienza a volar por todos lados.

Esta mujer es mi salvación y redención...

Mi futura esposa.

KAYLA

La ropa se dispersa por todos lados. Nathan me agarra por la cintura y comienza a besarme por todo el cuerpo con la misma ansiedad. Su boca solo reclama lo que es suyo desde aquella noche en la discoteca.

— Me encantas, preciosa.

— Tú también, guapo.

Nathan me pega a la pared. Comienza a jugar con mis senos y de mi boca salen pequeños gemidos. La sensación de su lengua moviéndose alrededor de mi areola es exquisita.

— No aguanto más, quiero estar dentro.

— Y yo quiero que lo estés, pero quiero llegar virgen al matrimonio.

Ambos nos carcajeamos. Luego, sin pensarlo me despoja de mi braga y se introduce en mí. Sus embestidas son tan ricas como siempre: fuertes, salvajes y con precisión.

— Más, dame más...

Va más rápido... Nuestro cuerpos comienzan a sudar. Comienzo a decir cosas obscenas y eso hizo que Jonathan perdiera el control.

Mientras Nathan sigue moviéndose me besa el cuello, el hueco de mis pechos, mis senos... Todo. Un minuto más y mis piernas flaquean...

Con nuestros pechos agitados nos tumbamos en el suelo. Nunca me cansaré de él... Nunca.

Jonathan besa mi mano, la cual está entrelazada con la suya.

— Te amo, futura esposa.

Doy una amplia sonrisa.

Los mandamientos de NathanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora