Capítulo Doce: Mejor que las 50 Sombras de Grey

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—¿Por qué dijiste eso?

Realmente estoy alterada, pero más que eso; asustada. Dios, Nathan dijo esas palabras delante de toda esa gente. Después de haber vociferado tal cosa, me agarró de la muñeca y prácticamente me arrastró hasta la limosina. Todas las miradas estaban posadas en nosotros y yo solo quería que la tierra se vengará de mí por no reciclar lo suficiente, y me tragara. Ahora estamos en la limosina y Jonathan está hecho una furia.

— Por qué es la puta verdad; eres mía y nadie te ha de tocar. Ese cabrón mujeriego se atrevió a rozar los labios que me pertenecen. Maldita sea, ya la idea de que el español lo hace, me enloquece, y viene ese hijo de puta...

— Nathan, había mucha gente. No puedo creer que dijieras eso. Tenías que haberte controlado.

— Me importa una mierda, Kayla. Me vale la puta madre quiénes estaban. Ese infeliz no tenía porqué tan siquiera mirarte. No entiendo porqué no lo paraste.

— Porque, maldita sea, no lo vi venir. Y te debe de importar porque aquí los medios acabarán con nosotros.

— Allí no había prensa amarillista. No te preocupes por eso.

— Pero vaya que los presentes gozaron de un gran espectáculo.

— Sé que así es, pero no me arrepiento. Ese tipo es un asqueroso, si supieras todo su historial y la mala fama de mujeriego que tiene. Es un cabrón de mierda.

— Está bien, pero pude haberme defendido sola.

— Una mierda, Kayla. Ya pasó. Déjalo ya. Pero debes saber que cualquiera que te ponga una mano encima la pagará.

— Eso suene posesivo y obsesivo.

— Puede que así sea, pero realmente no soporto la idea de que alguien te toque. Te quiero solo mía. Y por tal razón, no me importa cómo suene. 

Me remuevo incómoda en el asiento. Nathan parece notarlo y enseguida su mirada se torna menos agresiva.

— Kayla... Perdóname. No quiero asustarte. Es solo que te amo y...

Y ahí está de nuevo esa palabra que me hace estremecer. No digo nada solo le sostengo la mirada.

— Sé que no estás lista y que aún te aterra el sentimiento que nos une. Pero es este sentimiento el que me permite ser paciente y esperar por ti...

— Jonathan...

Nos besamos desesperadamente... Necesitándonos. Todavía no sé porqué no me rindo a este sentimiento; es obvio que es fuerte lo que hay entre los dos, pero algo en mí me impide mandar todo a la mierda y elegirlo a él. Realmente estoy aterrada, pero no sé porqué. Es como si lo quisiera, pero a la misma vez no. La verdad es que no quiero dañarlo, pero tampoco quiero dañar a Fernando... Sueno como una auténtica hipócrita porque ahora estoy en una limosina, junto a un dios sensual, besándolo, necesitándolo... Y más allá de eso, hace una semana que nos estamos viendo y lo hemos hecho de mil formas... Entonces, ¿por qué digo que me importa Fernando? Mi cerebro está perdiendo la función de razonar claramente... ¿Por qué estoy besando a Nathan y pienso en Fernando? ¿Por qué cuando estoy con Fernando pienso en Nathan? ... Me despego de los hermosos labios de Jonathan y mi mirada está perdida en la ciudad que pasa por la ventana de la limosina.

—¿Qué te pasa?

Solo me limito a suspirar.

— No me gusta que estés triste... Tal vez tengo algo que te va a encantar...

—¿ Qué cosa?— Pregunto sin disimular mi curiosidad.

— Tengo una sorpresa para ti.

—¿En serio? ¿Qué sorpresa?— Digo un poco más animada.

Los mandamientos de NathanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora