25 llamadas y 16 textos

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A las seis menos cuarto, ya estoy lista. Me monto en mi carro y guío hasta mi empresa. Hoy no tenía ganas de chofer ni de guardaespaldas, por eso vine sola. Estoy nerviosa y agotada de tanto pensar. ¿Cómo le digo a Cristina que lo que pasó fue un error y que no volverá a pasar? Un error entre comillas, porque me gustó tanto... Dios, ¿por qué las decisiones de la empresa y las riendas de esta las manejo con tanta facilidad y determinación y mi vida personal no? A mis veintiocho años mi vida personal la manejo como una adolescente. Creo que estas son las consecuencias de haber hecho todo lo que mis padres esperaban de mí, por no querer experimentar, por no arriesgarme, por estar con un solo hombre, por encerrarme en mí misma, por no tener vida, solo vida laboral... Estas son las consecuencias de haber asumido la responsabilidad de una empresa enorme a mis veinticinco años. He pasado toda una vida complaciendo a los demás y no a mí. Lo tenía todo y nada a la vez. Yo quería dedicarme a la fotografía, como mi mejor amigo. De hecho, de adolescentes soñábamos con irnos juntos a Los Ángeles, estudiar lo que nos apasionaba e irnos por el mundo a fotografiar hermosos paisajes, lugares y sonrisas... Él por su parte lo cumplió, y yo... Yo me quedé para complacer a mi padre y seguir con su linaje. Me dediqué en cuerpo y alma para que se sintiera orgulloso de mí. Y lo logré, pero yo no me sentía orgullosa de mí. No hice lo que realmente quería. Recuerdo ese día cuando desistí de mi sueño. Faltaban unos tres meses para graduarme, ya había solicitado para varias universidades, de aquí y de Estados Unidos. Sin que mi padre lo supiera, entre ellas, estaba la universidad en donde se ofrecía el curso de fotografía allá en California; la misma en la que había solicitado Ryan. Un día llegó la carta de admisión y mi padre vio mi aceptación de la universidad. No estaba furioso, pero con toda la autoridad me dijo que en eso no tenía futuro. Que cómo iba a traicionarlo de esa manera. Que yo era su única hija y heredera, que no podía hacerle eso. Lloré mucho esa noche, hasta concluir que mi padre tenía razón; no podía fallarle. Esa misma noche guardé mi Canon en un baúl junto a todas las fotografías que había tomado durante tres años. Aún guardo ese baúl; está en mi armario. Dios, no puedo creer que haya llegado al fondo de mi ser. Pensaba que eso ya estaba superado, pero no. Toda mi vida estaré viviendo esta vida que no quería para mí si no tomo las riendas de mí misma. Estoy harta de la vida llena de restricciones que yo misma me impuse... Harta de no vivir...

Cristina está frente al edificio esperándome. Durante una fracción de segundo quise desistir de la idea de hablar con ella, pero solo fue esa fracción. Se ve muy bien con ese traje encima de las rodillas de líneas azul marino y blanco y una chaqueta roja por encima. Lleva unos zapatos de tacones a juego con la chaqueta. El pelo lo lleva suelto con hondas en las puntas. Todo eso combinado con la seguridad al caminar la hace lucir espectacular; no cabe duda, ella es muy guapa. Se monta en mi carro y me saluda con un beso en el cachete. La condenada huele rico. Me parece que el perfume que usa es Island de Britney.

― Jefa, ¿cómo ha estado? Le he enviado el status de todo lo que ha pasado en la empresa a su correo electrónico.

― Sí, ya lo he revisado. Me alegra el que pronto saldremos del proyecto de JJ Resort & Tourism.

― Sí. Creo que te hará bien. La verdad no sé porqué aceptaste.

― Es obvio, ¿no? Quería a Jonathan cerca.

― Cómo si él no fuera hacer todo lo posible por tenerte cerca. Él está obsesionado contigo.

― Es algo complicado, pero creo que es de parte y parte.

― ¡Qué va ser!

― Creí que lo quería mucho...

― Creíste, hasta que estuviste conmigo.

Se ríe con cinismo.

― De eso quería hablar...

― No seas tonta. Yo lo entiendo. Fue algo del momento. Las dos estábamos muy borrachas.

Los mandamientos de NathanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora