¿Quién tiene el Control?

16.7K 786 68
                                    


Luego de una noche así, al otro día uno acostumbra a arrepentirse y sentirse culpable por los estragos que el alcohol te permitió hacer. Pues no fue mi caso. Me siento más viva, más decidida de lo que ya estaba. Amanecí en mi apartamento, con una rosa en mi almohada. Qué lindo detalle. Espera, déjame recordar cómo es que llegué aquí. Oh sí, llamé a mi chofer, el cuál regresaba de las vacaciones que me pidió. Es un alivio poder contar con personal que sean tus superhéroes en situaciones así. Pero, ¿cómo llegó la rosa hasta mi apartamento? No quiero romperme mucho la cabeza. Mejor lo dejo así. No tengo esperanza alguna de volver a ver al hombre que me hizo creer otra vez. No recuerdo que me diera la dirección exacta de su apartamento ni su número telefónico. Me resigno a la idea de que solo fue una aventura de una noche. Por tanto pensar no me había dado tiempo para percatar el dolor de cabeza que me estaba carcomiendo. Necesito una taza de café y aspirina.

Quiero desayunar fuera, así que me alisto y le digo a mi chofer que me lleve a mi restaurante favorito: El fogón. Es un hermoso lugar frente a la playa. Es tan delicioso desayunar mientras escuchas las aves cantar, el aroma a salitre y el Sol inundando todo tu ser; el sonido de las olas que te relajan y llenan tu alma. Ellos ya me reconocen, automáticamente me dirigen a la mesa que queda justo frente al mar. La brisa acaricia mi rostro y yo experimento paz. Pido mi desayuno predilecto: huevos revueltos, tostadas, panqueques y jugo de frutas. Cierro los ojos para respirar ese aire puro que el mar me ofrece. Me viene a la mente los ojos verdes de Nathan. De momento escucho una voz detrás de mí:

― ¿Cómo es posible encontrar a la mujer que no creías volver a ver, la que en una noche te hizo creer de nuevo, en este lugar?

Abro los ojos abruptamente. Mi piel se eriza porque reconozco su voz. Debo parecer idiota porque no digo nada, solo me limito a verlo. Dios, espero que las babas no se salgan y que el calor que siento en mis mejillas no se refleje con el color rojo. ¿Qué digo? No sé cómo reaccionar. ¿Desde cuándo me volví idiota? Se sentó en la mesa.

―Yo tampoco pensé volverle a ver, señor― digo sin poder ocultar el nerviosimo de mi voz.

―Por favor, creo que el hecho de haberte tenido arriba de mí anoche, nos hace alejarnos de las formalidades.

Qué imbécil. Creo que estando en sus cinco sentidos es igual a todo hombre que conozco: prepotente, egocéntrico y con aires de grandeza.

―Me parece que yo le llamo como me dé la gana, pero está bien dejemos las formalidades.― mi voz sale en tono molesto.

― ¿Sabes? no es tan difícil reconocer a la dueña de CrossMicawell Publishing. Te tuve demasiado cerca cariño, tanto como para reconocer a Kayla Micawell― se acerca a mi rostro.

― Ohh. Y supongo que las ganas de clavarte a una desconocida se volvieron más interesantes cuando descubriste quién era― respondo cortante

― Te equivocas. No te reconocí hasta hoy, que vi tu carita en esta revista. ¿Sabes? Tienes un rostro muy difícil de olvidar.

Me lanza la revista en la cuál estoy en la portada. Es un reportaje de mujeres poderosas en el mundo de los negocios.

―Pues, digamos que tú no eres igual.

― Mentirosa. Sabes que no dejas de pensar en el momento en que estaba dentro de ti. Cuando gritabas que te diera más. No me digas que ya se te olvidó.― puntualiza con un irritante tono divertido.

― ¿Por qué eres tan imbécil? No recuerdo que el acto hubiera sido tan vulgar como lo describes. Yo solo veo al hombre que lloraba y me suplicaba que lo besara.

―Hay cosas que te hice que son mejores para recordar.

― ¿Qué pasó? ¿No quieres admitir que eres un pendejo?

Los mandamientos de NathanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora