KAYLA
Diez días han pasado desde que pasó lo que pasó. No he querido salir de mi apartamento, estoy hecha una mierda emocional y no he querido saber de nadie. He llorado tanto en estos últimos días que ya no me quedan lágrimas. No he salido a ningún lado porque a pesar de que la psicópata está tras las rejas, siento que me persiguen y me observan en todos lados. Es horrible... Mi vida ha dado un giro de tresientos sesenta grados después de esa noche. Los primeros días fueron los más difíciles; no comía, no dormía y ni hablar del insomnio y de las veces que me levantaba gritando. Todas las noches tengo pesadillas con rosas de colores, con sus ojos verdes... Pienso en Saúl, en Mikeyla y el corazón se me estruja... Saúl, mi prometido. Esa mujer lo sedujo y lo arrastró hasta su cuerpo; fui yo y no me resistí cuando ella... Dios, me avergüenzo tanto que ni en mi cerebro puedo repetirlo. Me siento tan culpable por la muerte de ellos. Si no me hubiera ido, tal vez no le daba el tiempo para que Cristina lo asesinara. Si mi orgullo no me hubiese ganado y hubiera preguntado por él en su familia. Recuerdo que los evité a toda costa. Solo les dije lo que él me había hecho y luego les prohibí terminantemente buscarme o llamarme. En estos días, hablé con sus padres y me dijeron que ellos estaban recibiendo cartas y dinero de él desde los Estados Unidos. No lo veían hace un año, pero él nunca había sido muy apegado a sus padres. De modo que cuando en las cartas leían que estaba en un negocio importante y que no tenía tiempo para visitarlos, se lo creyeron. Cristina relató en su declaración jurada que ella le enviaba dinero a un primo que vivía en Florida y que este, por órdenes de ella, enviaba parte del dinero de vuelta a nombre de Saúl. De esta manera, nadie reportaría alguna desaparición. Antes de haberlo asesinado, hizo que renunciara a su puesto como vicepresidente de la compañía de bienes raíces en la que trabajaba. Para todos, él se iría del país. La mente de esta mujer es maquiavélica.
Ya en el día número cuatro, me iba formulando la pregunta: ¿qué voy a hacer con mi vida? No fue hasta hoy, día número diez, que me decidí. Y esta vez es una decisión firme. Mi corazón se parte en dos al pensar en Jonathan. Él ha hecho todo lo posible por hacerme sentir mejor, pero ya no puedo ni mirarle a los ojos; me muero de vergüenza. Aún sabiendo toda la verdad, él pretende seguir a mi lado, pero yo, a pesar de quererlo ahora más que nunca, no puedo. A insistencias de él, le permito visitarme solo cuando estoy de ánimos. Su presencia me duele. Me duele porque me quiere de una manera que no merezco. Él dice que estará conmigo hasta que me recupere por completo y que será paciente respecto a nuestra relación. La verdad, no sé si algún día yo pueda ser una mujer estable en una relación. Mi alma está quebrada, mi ser se ha apagado... No, por ahora, no estoy lista para alguien. Estoy sumergida en un hoyo del cuál no puedo salir, pero con esta decisión, hay una pequeña posibilidad de lograrlo.
Día diez y mis ideas están más claras. Por ahora, la decisión de no ser más la presidenta de CrossMicawell Publishing & Design, ya está tomada y realizada. En un principio quería cerrarla, pero no me pareció justo, así que cedí mi puesto. Aunque mis acciones continúan en esta, ya no estaré alfrente de la compañía. El nuevo presidente será designado por los mismos accionistas. Me duele dejarla, es cómo traicionar a mi padre. Espero que desde el cielo me perdone.
Ahora con los sentimientos más organizados, cojo el papel y el lápiz, y comienzo a escribir...
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Los mandamientos de Nathan
RomanceTodo estaba estrictamente controlado; su vida, su placer, sus emociones, sus relaciones... Su corazón era intocable. Sus mandamientos lograban que esa coraza alrededor de su corazón nunca se rompiera. Lo más importante; lo mantenían alejado de ese...