La niña estaba sentada en el pupitre del salón de clases pensando en las vacaciones que tendría con su mi familia en diciembre. ¡Irán a Disney! ¿A qué niña de 11 años no le emociona la idea? La pequeña Micawell mira por la ventana. Afuera sigue el mismo panorama que en el verano. En la isla es normal que a principios de octubre sigan las hojas secas y la misma calor insoportable. Observa con atención a los pájaros que vuelan en lo alto. Realmente deseaba que el tiempo pasara deprisa... Odia la escuela en la que sus padres la han matriculado. Tal vez era el hecho de que no tenía amigos y todos la miraban como un insecto raro. Ella solo quería jugar y los demás la rechazaban. ¿Por qué? Ella no tenía ni la más mínima idea. La realidad era que todos se sentían intimidados y claramente estaban influenciados por sus progenitores. En cualquier escuela pública, las diferencias y apariencias no existirían, al menos así lo creía Micawell. En este colegio privado, los niños desde muy temprana edad estaban influenciados, sugestionados... Digamos que muchos adultos hacían que los niños optaran por el rechazo hacia quienes ellos entendían debían ser repudiados. ¿No se supone que los infantes jueguen sin estereotipos, importándoles muy poco las apariencias y clases sociales? No es un secreto el que la familia Micawell es envidiada por muchos de los padres del consejo escolar y que estos prohibían terminantemente cualquier junte con la privilegiada hija del señor Micawell. Por tal razón, ella no tenía amigos, al parecer, desde muy chica ya estaba predispuesta a sentir la soledad...Estando sumergida en los pensamientos que solo una niña de 11 años puede tener, la puerta del aula se abre. Un niño flacucho y aparentemente tímido se asoma por el umbral, seguido de, seguramente, sus padres. Los ojos del niño se encontraron con los de Kayla Micawell.
Todo comenzó con una hermosa, cálida y genuina sonrisa. A partir de entonces, ambos niños se volvieron inseparables... Ya no sentía soledad gracias al pequeño y flaco Ryan Rodríguez.
KAYLA
Sonrío al recordar la primera vez que vi a Ryan. Su sonrisa me inspiró tantas cosas, desde ternura hasta confianza. Inhalo y dejo salir el aire de mis pulmones. En mis ojos ya no hay lágrimas, pero el vacío en mi pecho sigue ahí. Ryan se ha ido... Ya no escucharé el sonido de su risa, ni sus chistes en doble sentido... No habrán más consejos ni mensajes de aliento. Miro hacia lo que fue nuestra vida juntos; pienso en todas las veces que me abrazó, en las borracheras, en los líos en los que se metió... Ahora añoro todo eso, aunque en ese momento me sacara canas verdes. Todavía me cuesta creer que estoy frente a su féretro aquí en el cementerio. El lugar está a reventar, y no es te extrañar, pues Ryan era querido por muchos. Nathan está detrás de mí con su mano apoyada en mi hombro. No me ha dejado sola en ningún momento y se lo agradezco con todo mi ser. Mientras el sacerdote habla, de fondo se escuchan los sollozos de algunas de las personas presentes. Una vez que termina de hablar es el turno de los que deseen hacerlo. No tenía ánimos de ello, pues casi no puedo articular palabra debido a mi llanto, que ahora mismo no cesa. La madre de Ryan lo hace primero. Ni siquiera presto atención a sus palabras, pues estoy concentrada en el dolor que siento. En cinco minutos más me ofrecen el micrófono, y yo realmente vacilo, pero al final accedo. Miro el ataúd de mi mejor amigo, respiro profundo y realmente no sé qué decir. Las palabras ni siquiera son para él, pues él está muerto y no me puede escuchar. Creo que nos otorgan esta oportunidad como método de desahogo y consuelo hacia nosotros mismos. En entierros pasados había visto cómo individuos se despedían de la persona dentro del ataúd, y se notaba que no eran palabras reales ni genuinas, que solo eran por apariencias y que las decían solo por decirlas. Yo no quiero sonar así... Me armo de valor y digo sintiendo cada palabra en mi ser:
— Hoy enterramos tres metros bajo a tierra a quien fuere el mejor hombre y amigo que me he podido topar en la vida. No sé para dónde se ha ido esta alma pervertida— todos ríen—, pero sea donde sea, espero volver a verle algún día, así sea como angelito o como diablillo. Ya me puedo imaginar al condenado pervirtiendo a todos en el paraíso. Y si se convierte en un angelito, bueno, creo que sería mi ángel personal y sería el que vele mis polvos— se escuchan carcajadas—. Sin bromas, Ryan llegó a mi vida en un momento en el que me sentía muy sola... Llegó y se convirtió en mi cómplice de travesuras, si lo sabrá doña Rosa— miro a la mamá de Ryan y ella sonríe melancólica—. Llegó para llenarme de risas y chistes en doble sentido. Para dañarme la mente con perversiones sexuales y ligar conmigo todo hombre sensual que se pasara delante nosotros. Ryan José era el que me decía las cosas sin anestesia, el que me decía la verdad sin importar qué, quien me aconsejaba... Nunca faltó un abrazo, un beso o unas palabras de consuelo. Estuvo conmigo en los momentos más difíciles de mi vida...— antes de continuar doy un enorme suspiro—. Él era simplemente Ryan, único y especial, como el solo. Me duele mucho decir la palabra "era"; realmente es difícil de asimilar. Ya no estará conmigo para emborracharse, para cantar y bailar imitando a Britney...— exhalo profundamente—. Perdió la batalla contra el cáncer, pero, al menos, ya no habrá más dolor ni falta de oxigenación, y eso me tranquiliza. Lo voy a extrañar mucho, pero hoy lo despido con la esperanza de volverle a encontrar... Hasta luego, mejor amigo.
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Los mandamientos de Nathan
RomanceTodo estaba estrictamente controlado; su vida, su placer, sus emociones, sus relaciones... Su corazón era intocable. Sus mandamientos lograban que esa coraza alrededor de su corazón nunca se rompiera. Lo más importante; lo mantenían alejado de ese...