Encuentro a Valentina sacando las llaves de su auto.
—Me tienes que ayudar.— es lo primero que le digo.
—¿Qué pasa?
—Ruggero me invito a salir.
—¿Y eso que tiene de malo?
—Que me invito a una feria y yo no sé qué es eso.
Valentina suelta una carcajada dejándome confundida.— Deja de decir tonterías y anda que seguramente te esta esperando.
—No es ninguna tontería. Nunca he ido a una feria y no le dije nada a Lupe. Además si me dice para llevarme a casa estoy frita.
—Eso debiste pensar antes de aceptar.— me reprende.— Pero que bueno que existo y te puedo ayudar. Esto es lo que haremos, yo le explicaré todo a Lupe y también a Ruggero.
—Bien, ahora dime que es una feria por favor.
—Es como los parques Disney, que supongo si has ido.— asiento.— Hay lugares para comer y juegos.
—Ahh, muy fácil. ¿Se paga con tarjeta?
—No tonta, no te lo tomes tan literal. No es que vayas a encontrarte con restaurantes. Específicamente son puestos de comida.
—¿Cómo funciona? ¡Dios! Siento que haré el ridículo.
—No te pasará nada, solo dedícate a divertirte. Y ya bajemos que te debe estar esperando.
Bajamos y efectivamente Ruggero me estaba esperando con Mike.
—Esto es lo que haremos. Yo me iré con Mike y los esperaremos en su departamento. Cuando llegue yo me iré junto con Mía. No te sorprendas Ruggero pero su madre es estricta y criada a la antigua.— palmea su hombro.
Jala a Mike y ellos desaparecen.
—¿Vamos?
—Sí
Nos dirigimos al auto y empieza a conducir.
—Aquí ya te puedes quitar el antifaz.
Se me había olvidado que lo traía puesto. Me lo quito y lo meto al bolso.
—Sigo pensando que ese antifaz es un impedimento.
—¿Para qué?
—Para apreciar tu rostro.— se detiene en un semáforo y voltea a verme.
Deja un mechón de cabello detrás de mi oreja y a mí se me olvida hasta como respirar.
Ninguno de los dos dice nada y solo el claxon del carro de atrás nos saca de la ensoñación.
Se estaciona en un lote baldío que tiene una entrada iluminada. La palabra FERIA es la que más resalta.
El lugar está iluminado por cada puesto de comida, dulces y juegos. Detrás de este hay una rueda sumamente grande con puestos que giran a su alrededor. La gente que está sentada ahí grita.
Ruggero toma mi mano y me jala hasta el primer puesto de comida.
—Un algodón de azúcar por favor.
La señora da la vuelta a un palillo en un tipo paila y el dulce rosa es entregado al italiano. Él paga y me da el algodón.
Claro que había visto uno de esos, mas no lo había probado.
Tomo un bocado y que se deshaga en mi boca es la mejor sensación.
—Te gusta mucho.
—Es mi favorito.