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 Sonreír y asentir nunca me había parecido tan aburrido, si a eso le sumábamos el intento de plática de Damián, todo era abrumante. Excepto la comida, eso sí que era una delicia.

Me disculpo un momento y me levanto de la mesa, necesito un poco de aire.

Es irónico, pues me encuentro en la terraza.

Cuando llego al vestíbulo del lugar choco con alguien.

—Disculpe.

—No, jovencita, discúlpame tu a mí. Venia distraído.

Es un señor que aparentemente era huésped del hotel. Lo que más me llamo la atención de él, fueron sus ojos verdes. Y supongo que a él también porque no deja de verme.

Quiero creer eso. 

Mueve su cabeza como saliendo de la ensoñación.

—Por lo que veo, somos unos distraídos.

Su risa provoca la mía.

—Qué poca educación la mía. Mucho gusto, soy Javier Cisneros.— extiende su mano.

La estrecho.— Soy Karol 

—Princesa.— me cortan.

Volteo y Damián es quien me está llamando.— Tu madre está que te busca.

Asiento.— Un gusto conocerlo señor Javier.

Le sonrió.— Lo mismo digo Karol.

Se despide con la mano y una extraña sensación me abarca. Decido ignorarla y caminar hasta el ascensor.

—Sabes que eres un pesado, ¿Verdad?

Él sonríe cruzado de brazos en una esquina.— Sé que me amas.

—Y también muy soñador.

Para mi salvación suben más personas al ascensor.

Cuando llegamos a la terraza, nos devolvemos a la mesa.

—Entonces que le parece Carolina cerrar el trato con el postre.

—Muy original de su parte Ignacio.

Siento un pinchazo en mi brazo izquierdo.

—Deja de molestarme.— digo a regañadientes.

—Es que cuando te enojas te ves demasiado hermosa.

Giro mi cabeza y lo veo. Acerco mi boca a su rostro.— Eso no quita que sigas siendo un pesado.— susurro.

Me levanto pero al hacerlo choco con el mesero y el postre termina a en mi vestido. Una mancha roja en mi pecho.

—Pero mira lo que has hecho estúpido.

Damián intenta ayudarme con una servilleta.

—Hija, ¿estás bien?

Asiento.

—Disculpe, no era mi intención.

Esa voz...

—No te preocupes, no pasa...

Mis palabras se quedan estancadas cuando giro y la cara angustiada de Ruggero es lo que visualizo.

—¿Mía?

Me quedo muda y los gritos de Damián toman lugar.

—Mira como la dejaste. Karol, vamos, te acompaño a tu casa.

—¿Karol?

—Pero que esperas muchachito, deja de balbucear y trae algo con lo que se pueda limpiar.

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