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Estaba mirando mi reflejo en el espejo.

Habia echado agua a mi rostro y por este escurrían unas cuantas gotas. Tenía que retocar mi maquillaje. Sin embargo, no era eso lo que me preocupaba. Mi verdadero problema estaba sentando en la sala principal del restaurante, mientras yo me encontraba en el tocador.

Aun trataba de asimilar todo.

Él no me recordaba. No sabía nada de mí. Lo que habíamos tenido no era real para él.

¿Qué si me dolía?

Era obvia la respuesta. Lo veía después de tantos años y mi primer pensamiento fue abrazarlo. Pero el saber que solo me reconocía por el éxito que habia adquirido, me desconcertó.

Seque mi rostro y solo agregue mascara de pestañas y un labial color nude.

Me abanique con mis manos y salí del tocador.

Él estaba sentado, leyendo la carta.

Seguía tan guapo, incluso más de lo que recordaba.

Avancé y me senté delante de él.

—Estás de regreso.—me sonríe.—Aquí tienes tu carta.

Me la extiende y empiezo a revisarla.

La bajo un poquito y lo veo observando la suya detenidamente. Tiene el ceño fruncido.

Dejo de mirarlo y me concentro en leer el menú. Llega el mesero y hacemos nuestro pedido. Ambos coincidimos en querer pasta.

—Esto es raro.

—¿Por qué lo dices?

—Ayer estaba revisando a quien iba a fotografiar y hoy estoy almorzando contigo. Giro de la vida supongo.

Giros de la vida...

Me encojo de hombros y él sonríe. Llega nuestra orden y nos sumergimos en una conversación sobre como trabajara conmigo.

Regresaremos a México.

La vida podría llegar a ser tan irónica que asustaba.

—¿Y qué tal es México?

Termino de pasar un bocado y dejo descansar mis cubiertos.

Tú lo conoces tan bien...—¿Nunca has visitado mi país?

—No he tenido la oportunidad de ir o más bien de recordar.—lo miro atentamente.—O eso es lo que dijo mi hermano, bueno en realidad se le salió decirlo y ahí dejamos el tema.

Come tranquilo de su plato. No se da cuenta que esas palabras hacen que revolucionen mi mente y corazón.

—Pues, México es hermoso.—se detiene a mirarme.—Su comida es exquisita.

—No muy picante para mi.

—Oh Ruggero, haré que comas mucho picante.

Rio y el también. Justo cuando va a emitir palabra alguna, una voz lo detiene.

—¿Ruggi?

—Chiara.

Una rubia esbelta se le acerca.

—Me hubieses dicho y nos encontrábamos aquí cariño.—lo saluda con un beso en la mejilla.

¿Cariño? Es obvio que avanzo con su vida. Mas estúpida y muero. Me siento demasiado incomoda. Agradezco ya haber terminado.

Chiara posa su mirada en mi y sus ojos se abren con sorpresa.

—Tú eres Karol Sevilla.—me apunta.

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