Ruggero Pasquarelli
—No quiero seguir discutiendo contigo. Vete ya.
Me cierra la puerta en la cara. Y por lo visto me toca dormir en el sillón.
Tomo la almohada que me lanzó y voy hacia la habitación de huéspedes.
Ni loco duermo en el sillón, hace demasiado frío y está demasiado oscuro.
—¿Papi?
El llamado de mi hijo mayor me saca de mis pensamientos.
—Hola campeón, ¿no puedes dormir?
—Un sonido me despertó y vine a pedirte que me des un vaso con leche, por favor.
Sonrió al verlo frotar sus ojos, achinados por el sueño, puesto su pijama de Bob esponja.
Lo cargo en mis brazos y lo llevó hasta la cocina. Termina su vaso de leche y lo acompaño hasta su habitación.
—¿Quieres dormir conmigo? Escuché que mamá está enojada.
Si algo no permitíamos Karol y yo, era que nuestros hijos presenciaran alguna discusión de nosotros. Más Thiago. Mi hijo tenía ya ocho años, casi nueve, y empezaba a entender todo a la perfección.
—¿Por qué lo dices?
—Ella nunca da fuertes portazos.
Ahh, era eso.—Lo que pasa es que mami me hizo un favor.— le hago una seña para que se acerque a mi mientras me pongo a su altura.—Le dije que hoy quería tener una noche de hombres con mi campeón.
Sus ojitos se iluminan como siempre que pasamos una noche así. Él enseguida toma mi mano y vamos a la cocina por chucherías como es lo habitual y una vez arriba, de vuelta, nos acostamos en su cama y empezamos con el maratón de películas. No sé en qué momento nos quedamos dormidos.
—No Lucía, papá está conmigo.
—Papi mío.
—No es tuyo, anda a molestar a mamá.
Escucho pequeños susurros y sé que es la pelea habitual de mis pequeños.
—Con que aquí estas pequeña.
La voz de mi esposa suena en la habitación y decido no abrir los ojos, todavía.
—Lucía está molestando mamá.
—No es cierto, quielo a papi.
—Y yo quiero cambiarte de ropa mi amor. Luego vendremos por papi. Recuerden que hoy iremos a visitar a la tía Valentina.
Cierto, hace días Valentina y Mike, junto al pequeño Cristopher habían decidido mudarse a Miami muy cerca de nosotros. Solo Agus y Rebecca seguían en el mismo lugar; México.
—Debes despertar a papi, mami.
Una sonrisa se dibuja en mi mente, más no en mis labios. Debe parecer que sigo dormido.
Siempre que ellos se lo pedían, ella lo hacía.
—Luego, debo vestir a Lucía.— escucho los bufidos de los niños y a los minutos siento movimientos a mis costados.—Lo saludo y luego, tú jovencito, empiezas a vestirte.
Las risas en ellos es evidente y para mi es difícil controlar la sonrisa cuando siento una caricia en mi mejilla.—Amor, debes levantarte.
No me muevo ni un centímetro.
Siento como posiciona su pecho sobre el mío. También como las puntas de su cabello cubren parte de mi rostro.
Su aliento sobre mis labios y, de repente, un pellizco en mi antebrazo.
