capítulo extra. ll

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Los días pasaban. Las mañanas florecían y las noches lloraban a cántaros. Su mano no era tomada y su corazón no era curado. Las horas ilustraban momentos, pero ninguno era como en sus sueños aparecía. El reloj gritaba con voz silenciosa su tic tac y el anhelo no se iba.

Su cabeza estaba poblada de fragmentos que en su coma de cuatro semanas vivió, la piel se le erizaba cuando en cada sueño se acercaba un poco más a la historia lejana, siempre despertaba exaltado y Jay nunca se había alejado de su lado. En lóbregas noches de soledad y angustia, ese chico frágil y sin luz vislumbraba su delicada aura. Permanecía sentado en una incómoda silla con los ojos cerrados, según le había relatado una vez era porque meditaba de esa forma, pero Jungwon sabía mejor que nadie que se encontraba cansado y necesitaba dormir.

El chico de ojos grandes también visitaba a Jay en sus débiles sueños, a veces no entendía qué era lo que sucedía en ellos, en su cabeza se presentaba él en escenas ya protagonizadas, es como si su alma fuera parte del público que por naturalidad está expectante a qué va a suceder después.

Al principio son una sucesión de fotos borrosas, pasan como páginas en un álbum de recuerdos, luego al llegar al final se enfrenta a un marco gris y sombrío donde se detiene a observar. Habían dos personas en el suelo, una sostenía a otra mientras su llanto se ahogaba en cada rincón de la habitación, el suelo estaba teñido de un color rojizo y, a larga distancia, espeso. Los sollozos no se oían, pero sí los latidos bruscos de un corazón alterado. Una escena diferente es cuando se encuentran en un cuarto con un grupo de personas, de amigos se podría decir, y a causa de las risas se percibe el ambiente de felicidad. A veces, aparece abrazado a alguien o apunto de ser besado, pero siempre despierta cuando el rostro ajeno se muestra con insuficiente claridad.

Jay lo considera como algo que realmente pasó pero que está olvidando, no porque él quiere, si no que, tal vez, es producto de la vida o el destino. Quizás, no con seguridad, la vida lo está protegiendo de un próximo sufrimiento, o por lo contrario, su destino es no estar cerca de lo que le hace feliz. Resultaba confuso si le prestaba atención.

El menor estaba guardando sus pertenencias en la mochila que le había dado su madre al llegar por la mañana, mientras ella se encargaba de los papeleos para tramitar el alta, él se estaba organizando en la habitación donde había reposado durante dos semanas. Su mejor amigo permanecía sentado en la camilla que con anterioridad se había encargado de tender, lo observaba como se dirigía de lado a lado buscando y revolviendo los sitios donde se podría llegar a olvidar algo.

—Te ves mejor. —inquirió Jake en el silencio que el menor rellenaba con sus suspiros y quejas.

—Debo estarlo. —respondió.

—Los primeros días no podías ni siquiera hablar, pero escúchate ahora, maldiciendo porque no encuentras las cosas.

—Las encontraría si cierta persona me ayudaría a buscar, pero está tan cómoda observándome que ya se siente satisfecho. —exhaló. —Mi celular llega a estar debajo de tu trasero y tendremos que charlar seriamente un par de cosas, Shim Jake. Levántate.

—No.

—Pero-

—¡Tu celular lo tienes en tu bolsillo trasero desde que te cambiaste! No puedes culparme.

—¡Claro que puedo! ¡Si sabías donde estaba por qué no me lo dijiste! —el menor refunfuñaba a la vez que sacaba el aparato de dicho sitio. —Eres intratable.

—Fue gracioso ver tu trasero con la pantalla encendida de tu móvil. —Jake reía bajo. —Además, tu trasero es de lo más adorable.

—¿Qué dices? —Jungwon lo miró con el ceño fruncido. —Mejor ve a mirarle el trasero a Sunghoon.

𝙎𝙐𝘾𝙃 𝙄𝘿𝙄𝙊𝙏 ཻུDonde viven las historias. Descúbrelo ahora