Capítulo 1.

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28 de enero

Mis dedos tamborilean un ritmo desconocido en mi pierna intentando ahuyentar el aburrimiento.

Un intento claramente fallido.

Mi mente y cuerpo saben exactamente a donde vamos haciendo que mis músculos pesen más de la cuenta y ralenticen los movimientos casi sintiendo como voy a cámara lenta.

Me aventuro por el gris edificio en el que paso seis horas diarias de lunes a viernes. A paso lento pero firme zigzagueo entre la fauna adolescente. Toneladas de hormonas concentradas en un mismo sitio todas juntas, alborotadas y apretujadas pero no tan revueltas y unidas como a algunos de mis compañeros les gustaría.

Una cortina caoba cae por mi frente convirtiéndose en el primer obstáculo de mi día. Bufo frustrada usando los dedos para liberarme del ataque enemigo.

Estoy realmente exasperada con mi cabellera, hoy está algo rizada y desordenada. Siempre hay algún mechón rebelde que decide manifestarse en mi contra para dificultar mi visión.

— ¡Circe! —exclama una voz aguda, me pilla desprevenida haciendo que mi frente se golpee con la puerta de la taquilla.

— Auch —me quejo.

Mi mejor amiga corre alborotando su pelo azabache en mi dirección.

— ¿Estás bien? —Ianthe me mira intentando ocultar una risita.

— ¿Qué pasa? —gruño con los libros en mis manos.

Sus verdes ojos brillan con esa ilusión que te dice yo sé algo que tú no.

— Dicen que hay un chico nuevo —esa sonrisa que debería ser seductora más bien me produce un repelús escalofriante—. Ya te informaré de las novedades.

Ianthe es de esas chucas con una constante sed de chismorreo recorriendo cada unos de sus capilares. La mayoría de mis compañeras están en esa etapa de deficiente interés por sus propias vidas y gran entusiasmo por hablar de los sucesos de las demás mundanas existencias de sus compañeros. Cuando se ponen a cuchichear y criticar sin ton ni son me dan ganas de gritarles que se busquen una vida.

¡Marujas!

Mientras camino me pongo reflexiva. El timbre hace que todo este monólogo interno desaparezca de mi mente tan rápido como una nube arrastrada por la corriente. Desde que me he dado cuenta que me queda poco para entrar a la etapa adulta de mi vida me he puesto reflexiva, aunque mi yo infantil siempre acaba sobreponiendose a mi yo madura.

Me apresuro a llegar a clase antes que mi amado profesor de historia (al que deseo de todo corazón que sea feliz con sus enredos entre diferentes monarquías europeas del siglo XV) se me adelante.

Quizás mi yo sarcástica esta hoy sembrada, porque realmente siento mi piel echar chispas ante cada gesto o comentario de mis compañeros.

Tomo asiento en la mitad trasera de la clase, en una esquina en la que puedo apoyarme en la pared para evadirme de mis compañeros. No son malas personas, pero son insufribles. Mi instituto es un nido de niños ricos e hijas de papi, en el cual solo me siento comprendida por mi limitado círculo de amistades.

— Buenos días —saluda Corban sentándose junto a mí.

Le devuelvo la sonrisa y me dedico a dibujar trazos en una pequeña libreta que saco de mi mochila. Corban es el empollón de la clase, es simpático, pero a veces puede llegar a irritarme son sus frases de sabe lo todo. Sus ojos avellana quedan escondidos tras unas gafas de ver negras y su flequillo castaño claro. Es de esos chicos que produce ternura con su imperfecta pero sincera sonrisa.

Mr. Tabú y otras drogas [MTOD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora