Capítulo 2.

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"Capítulo dedicado a la Mafia Gamberra"

29 de enero

Llaman al interfono a las 7:35am. Mientras cojo mi chaqueta, ella abre la puerta a mi amigo. Doy un último vistazo a la imagen que se refleja en el espejo de la pared. Me apresuro a llegar encontrándome con Corban subiendo las escaleras del edificio en el que vivo, hasta ponerse frente a la puerta del apartamento, igual de sonriente que de costumbre. Eso es una de las cosas que más me gusta de él, siempre está de buen humor y es capaz de hacerme sentir bien solo con su tierna sonrisa.

— ¿Lista?

Asiento rápidamente y cojo mi mochila del suelo colgándola de mi hombro; preparada para nuestra jornada estudiantil.

— Ya me voy —beso la mejilla de la mujer, igual de pelirroja que yo, a la que le debo todo.

— Adiós, Carolina —se despide mi amigo.

— Que tengáis un bonito día —responde viendo como bajamos las escaleras del edificio.

— Gracias —gritamos ambos de vuelta.

Por el camino charlamos de los deberes de literatura. La profesora realmente ha exagerado poniéndonos trabajo. El metro de Barcelona está repleto a esta hora, pero milagrosamente no estamos como sardinas en una lata. El que considero mi mejor amigo, se burla durante un rato comparándome con un perro que tiene el pelo rojizo; según él le he copiado el color de cabello. Ya sé que soy pelirroja, nadie debe recordármelo. Desde pequeña me han dicho infinidad de motes, desde zanahoria hasta ganchito. Solo me faltaba que Corban se burle de mi pelo naranja tirando a caoba. Como represalia le doy un golpe en el brazo, pero solo consigo que ría más. Claro, como me saca una cabeza y varios quilos, ese golpe se debe haber sentido como cosquillas. Al llegar a la parada de metro cercana a nuestro instituto, nos bajamos y caminamos por el andén.

— ¿Y Ianthe?

— ¿Te das cuenta de su ausencia cuando ya estamos llegando al instituto? —pregunto burlona cruzando las puertas del metro.

— Sabes que odio que me respondas con otra pregunta —frunce el ceño molesto.

Es realmente adorable cuando se enfada, solo le falta hacer pucheritos y patalear un rato.

— Llega tarde —me encojo de hombros, restándole importancia—, como siempre.

Cuando salimos de la parada de metro caminamos el par de calles que nos quedan para llegar al instituto en completo silencio. Delante del edificio aparca una moto negra. El ronroneo del motor, grave y seco, envía corrientes a mis oídos; de ella se baja el chico nuevo vestido completamente de negro. Debí suponerlo, que cliché; el chico malo en moto. Una risa se me escapa al hacer una porra mental de cuál de las chicas del instituto será la primera en abrirse de piernas bajo sus encantos, porque por muy niñas ricas que sean, se abren más fácil de piernas que una puerta con una llave maestra.

— Nos vemos en clase de literatura —beso la mejilla de Corban a modo de despedida.

El castaño me dedica una sonrisa y revuelve un poco la trenza de espiga que me he hecho para ir al instituto. Le saco la lengua y giro sobre mis talones alejándome de él. Me toca inglés, y no quiero acabar en la primer fila; y menos teniendo en cuenta que la profesora escupe al hablar.

A medio camino me encuentro con unos compañeros comiéndose a besos. Los diecisiete son esa etapa pre adulta en la que tienes las hormonas más alteradas que un simio; y ellos son la prueba de mi teoría.

No entiendo ese interés de las personas por las etiquetas, realmente. ¿Qué más da si son novios? ¿U homosexuales? ¿O bisexuales? ¿Qué ganan el resto de seres humanos con meterse en esos embrollos? No comprendo por qué esta sociedad necesita esas categorías, todos somos personas y es lo importante. ¿Qué gano pidiendo a alguien que sea mi pareja? ¿A caso sin la palabra ‘novios’ no puede haber un compromiso mutuo o amor?

Mr. Tabú y otras drogas [MTOD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora