Capítulo 10.

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25 de febrero

Salgo del despacho de Sandra, con Ajax pisándome los talones. Casi puedo sentir su respiración en mi nuca erizando mi piel. En este momento sólo quiero golpearme la cabeza contra la pared por haber aceptado hacer el trabajo con el malote del instituto.

—Gracias.

Me giro sorprendida. Su tono de voz suena completamente sincero. Algo en mi me susurra que he hecho bien en ayudarlo, en echarle un cable a un compañero. Todos merecen una oportunidad.

—De nada —digo un poco pasota, no quiero que note que me ha gustado que haya dicho eso.

—¿Te parece si hablamos del trabajo después del insti?

Asiento. Quiero sacármelo de encima cuanto antes. Puede que ahora me caiga mejor que antes, pero sé que Ajax trae problemas con él y no quiero entrar en su mundo de gamberro y piercings.

—Al final no serás tan reina cómo creía —dice Ajax negando con la cabeza.

Doy un respingo, como si me hubiesen clavado una aguja en el culo. Cierro los ojos e inspiró en un intento inútil por tranquilizarme. Me acerco a él con paso firme, decidía. Quiero arrancarle la cabeza y meterla en un caldero por haberme llamado así. Puede llamarme malfollada, estrecha, mojigata y todo lo que quiera, pero no toleraré que me llame así.

—Vuelve a llamarme reina —enredo el cuello de su camiseta de manga larga a mi puño—, y te llevas un zarpazo.

Me mira divertido hasta que se da cuenta de que no bromeo. De repente me observa con cuidado, confuso.

—A las cuatro y media en la biblioteca Joan Miró —lo suelto con brusquedad—. Más te vale estar allí, cadenitas.

Salgo de allí a paso rápido, antes de que me atrape doblo la esquina y me encierro en el baño. Mis manos se apoyan en el lavamanos y respiro hondo. Uno... Dos... Tres... Y así hasta diez. Necesito calmarme.

Me tiro un poco de agua por la cara para relajarme. Me ha pillado demasiado desprevenida que Ajax me llame así. Intento convencerme a mí misma de que no lo ha dicho con mala intención. No hay manera de que él sepa que ese adjetivo iba a afectarme de esta manera. No, él no lo puede saber. Solo lo sabemos Ianthe, Carolina y yo. Ninguna de las dos ha hablado con él y menos de ese tema.

Uso una toalla de papel para secar mi cara, mentalizándome para salir. El recreo debe estar a punto de acabar.

Cuando me decido a abrir la puerta me doy cuenta de que mi mano tiembla. Estoy demasiado nerviosa. Llevaba mucho tiempo sin pensar en él y Ajax lo ha traído de nuevo a mi mente.

Siento el pecho oprimido. Nunca entenderé porque mi cuerpo reacciona así cada vez que tocan el tema. Estoy demasiado alterada para poder prestar atención a clase de química. Tengo dos opciones: encerrarme en el baño e intentar relajarme o echarle ovarios e ir a clase.

Después de meditar un minuto, decido fingir que estoy bien. Con mi mejor sonrisa, y decidida a ignorar las gilipolleces de mis compañeros, salgo del baño. Subo hasta mi taquilla y cojo lo necesario para la siguiente clase.

Una vez en el aula, me pongo en un asiento aislado y respiro hondo otra vez. Poco a poco mis compañeros llegan, tras ellos la profesora. La clase empieza y no soy capaz de prestar atención a los iones, ni a los susurros que se procesan mis semejantes. Creía que ya tenía ese tema superado, pero una pequeña Circe de mi interior aún está dolida. Hacía años que no sentía ganas de llorar por algo así, pero ahora mismo me siento como una niña pequeña abandonada y asustada.

Quiero llamar a alguien y que me dé un achuchón, pero no quiero preocupar a Carolina o a Ianthe. Necesito llamar a Dan. Cuando el rompió con su novia yo fui a escuchar sus penas, y ahora soy yo la que necesita un hombro. Sé que no es la misma situación, pero por un rato él podría llenar el vacío que siento en el pecho. Para el soy más que un rollo, siempre me lo ha demostrado. No quiero jugar con sus sentimientos, pero un abrazo no le hace daño a nadie. Además, debo reponerme para esta tarde ir a hacer el trabajo a la biblioteca con Ajax.

Tras aguantar las últimas horas de clase de mala manera, salgo del instituto. Corban me deja delante de casa y se va a la suya. Por el modo en que me mira, creo que nota que no estoy tan alegre como de costumbre. Sé que está algo preocupado, lo conozco. También sé que no me dice nada porque me conoce y no me gusta que se metan en mis asuntos. Es muy dulce por su parte.

Con la intención de no despertar a Carolina hago el mínimo ruido posible a la hora de cocinar. No me esfuerzo demasiado. Con una pechuga de pollo a la plancha y un poco de verduras cortaditas tengo suficiente. Sé que a mi edad los adolescentes solo cocinan frituras, pero en mi caso es diferente. Cada día me hago la comida y si me alimentase a base de hamburguesas en un mes no entraría por la puerta. No me obsesiona lo que como, pero quiero vivir muchos años. Aunque el mundo sea un asco, la sociedad una mierda y las personas egoístas.

Tras estar llenita y hacer un poco de zapping, miro el reloj. Son las cuatro. Me levanto del sofá, perezosa, y meto mi portátil en una bandolera. Tras asegurarme de llevar chaqueta, llaves, móvil y todo lo que necesito, salgo de casa.

Mientras camino pienso en todo lo que tengo que hacer para el instituto las próximas semanas y cuanto estrés tengo sobre mis espaldas. Encima ahora debo aguantar al cadenitas que va de malote cuando seguro que tiene una casa de veraneo en la Costa Brava y otra en el Tibidabo, con algún mayordomo y un jardín lleno de florecitas. A mí no me engaña, es un niño rico de papi y mami. Esa moto que usa no parece nada barata.

De verdad, me entran ganas de gritar de frustración solo con pensar en lo que se va a reír de mí mientras trabajamos. Esto sólo tiene un nombre. ¡Masoquismo!

En una vida pasada seguramente fui algo muy raro, porque esto de sufrir por sufrir no sé de dónde me viene.

Antes de darme cuenta, llego al parque Joan Miró. Espero por Ajax dentro de la biblioteca, resguardándome del frío que hace en febrero. Me siento y le guardo un sitio en un lugar apartado en el cual ya sé que la conexión wifi es más rápida. Lo he aprendido con la experiencia.

Diez minutos después sigo en la misma posición. Y sola. Miro la hora en mi móvil y me doy cuenta de que ya son las cinco menos cuarto. Intento no desesperarme. Quince minutos de retraso no es mucho. Quizás ha pillado tráfico. Cuando el puntero del reloj de mi muñeca está a punto de marcar las cinco de la tarde, tengo ganas de arrojarle una estantería al primero que me hable. ¡Odio esperar! ¡LO ODIO! no soy nada paciente. Las cosas me gustan rápidas y directas, sin dar rodeos ni esperar.

Decido recoger mis cosas, furiosa. Le dije que viniese. Le salvé el culo con lo del trabajo. Aguanté que me llamase así. Y me ha dejado plantada. Mañana tiene un guantazo asegurado. Aunque quizás lo ignoro por completo. Dicen que el silencio duele más que cualquier ataque.

Aún echando chispas, cruzo la primera puerta de cristal, directa a la salida. Freno. Puedo ver un cuerpo vestido de negro frente a la biblioteca. Ajax ha venido. Mira el reloj un par de veces mientras en la otra mano sostiene un casco.

Ha venido. ¡Qué mono! Pero a la vez, ¡que tonto! Le dije en la biblioteca, no en el parque de enfrente.

Me paro en la puerta y con una sonrisa de superioridad digo:

Cadenitas —se gira rápidamente, mi sonrisa crece al ver que ya se ha acostumbrado al mote—, ¿qué haces ahí?

Con su habitual seriedad camina hacia a mi. Va exactamente igual que esta mañana.

—Creía que habíamos quedado fuera —se excusa.

—Pues ya ves que no —respondo dándole la espalda.

Noto sus pasos detrás mío. Ya no tengo tantas ganas de arrancarle la cabeza. Se ha presentado, y eso ya denota que tiene interés en el trabajo.

En algún punto del camino entre las estanterías me giro para mirarlo. Sus ojos están concentrados mirando hacia abajo, un punto fijo. No puede ser.

—¡¿Me estás mirando el culo?!—exclamo en susurro.

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Hola a todos. La nota de autor será cortita por que me voy a estudiar.

Solo quiero saber que os ha parecido este capítulo y daros las gracias por las 5,5K visualizaciones.

Un besazo y nos leemos pronto.

Ina.

Mr. Tabú y otras drogas [MTOD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora