Capítulo 2. Sobrevivir

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Christina

Ni siquiera me detuve a contemplar la majestuosidad de aquel palacio. Recordaba haber escuchado al chofer decir y algo más sobre una depuración. Realmente estaba tan cansada que no le presté mucha atención. Solo quería poder tirar mis maletas y descansar. Aquel viaje había sido más agotador de lo que yo esperaba, así que, si era privilegiada o no, en este momento no me importaba. Tía Amelia esperaba por mí en un lugar apartado de la entrada principal. El chofer me ayudó con mis maletas. Le entregué unos cuantos dólares, que escrutó con asombro.

—Hace tiempo que no veía de los verdes. —Lo miré extrañada porque no comprendía del todo sus palabras—. No es nuestra moneda local y por aquí casi no se ven los dólares. Los monarcas son quisquillosos con eso de las monedas extranjeras, aunque permiten que circulen.

Asentí solo por pura decencia y lo vi ponerse en marcha. No sabía por qué lo seguí con la mirada hasta que las luces traseras se perdieron en la oscuridad, o quizá sí lo sabía.

No me adaptaba al hecho de hallarme en ese lugar.

Giré sobre mis talones y me encontré de frente con la mirada entristecida de mi tía. Me lancé a sus brazos y las lágrimas humedecieron mis mejillas. Amelia me dio unas palmaditas en la espalda y la escuché sollozar. Mi padre pudo haber sido un canalla, pero era su hermano, y Amelia lo amaba sin importar lo malo que pudo haber sido con ella. Me ayudó a llevar mis cosas. Observé por un segundo el edificio que resaltaba a través de los árboles un poco más allá del sitio donde nos encontrábamos y sentí una extraña sensación en la boca del estómago. Todo aquello me abrumaba.

—No tenemos permitido utilizar la entrada principal del palacio. El servicio entra por este túnel.

Oír aquello me chocó un poco,

—Entiendo —dije con voz inestable—. Y gracias, tía Amelia. Prometo que no seré un problema.

Agarró mi rostro entre sus manos y me miró con ternura mientras me motivaba a entrar.

—Sé quién eres, Christina. No estoy preocupada por nada.

Le regalé una tímida sonrisa y la seguí en silencio por ese túnel poco iluminado. Podían escucharse algunos murmullos y el repiqueteo de pasos. Luego de unos pocos minutos más de caminata, nos hallábamos en el interior de una gigantesca cocina.

Todos se quedaron en absoluto silencio cuando nos vieron entrar, y supe que quizá mi voluptuoso cuerpo, rostro redondeado y cabello rizado no era lo que la gente esperaba. Había sido talla grande toda mi vida. No recordaba una sola vez en la que no lo hubiese sido. Por eso ya no me encorvaba ni bajaba la mirada cuando la gente me observaba con tanta atención, al contrario, les ponía mi mejor cara de perra. Me salía de lo más natural.

—Ella es mi sobrina Christina y vivirá aquí de ahora en adelante.

—¿Será doncella? —se apresuró a preguntar alguien a quien no pude verle la cara—. No creo que su aspecto la ayude mucho si esa es su intención.

Una irónica sonrisa adornó mi rostro ante aquel comentario. Estaba más que acostumbrada a que me menospreciaran, pero eso no significaba que me dejaría pisotear.

—Mi aspecto puede cambiar, quien quiera que haya dicho eso —comenté con aquella maldita actitud que me caracterizaba—, pero creo que tener tan poco cerebro no cambiará de la noche a la mañana.

Todo fue silencio. Nadie se atrevió a abrir la boca de nuevo. Y esperaba que hubiese quedado bien claro que conmigo no podían meterse.

—Creo que te llevaré para que te acomodes y descanses un rato. La cena se servirá en media hora —intervino mi tía de manera atropellada—. Mañana será un nuevo día y podrás conocer a todo el mundo.

La miré y asentí a sus palabras, sería otro día al que debía sobrevivir en esa gigantesca jaula.

Intenté concentrarme en escribir otro capítulo antes de salir a enfrentar a aquella gente otra vez. Fat Queen era la novela que escribía desde hacía algunos meses, la cual había pausado desde el inicio de la pandemia. Había tratado de retomarla varias veces, pero la tristeza y amargura que sentía por dentro no me dejaban continuar. Ahora mismo tampoco me encontraba entusiasmada, pero me esforzaba para dar lo mejor de mí.

—La cena está lista —informó mi tía Amelia detrás de la puerta.

Resoplé con fastidio mientras observaba la hoja en blanco que me mostraba la pantalla. A este paso, no podría siquiera entrar al concurso de escritura.

Abrí la puerta despacio y le regalé una sonrisa melancólica. Sabía que tenía que esforzarme en hacer las cosas bien. Amelia tenía años sirviendo a la corona, y por ello su hijo asistía a una de las universidades más prestigiosas de Europa, Me decía a mí misma que debía ser agradecida. Me proporcionaba un techo y comida, aunque pensaba recompensarla. No estaría aquí de gratis.

—Gracias —dije sin más, y me lancé a sus brazos—. Prometo morderme la lengua cuando alguien diga algo fuera de lugar. No quiero causarte problemas. Y sé que soy repetitiva, pero quiero dejarlo bien claro.

Me regaló una tierna sonrisa y dejó un beso en mi mejilla.

—Sé que, aunque lo intentes, vas a defenderte. Eres una Bradford, y los Bradford no nos dejamos humillar.

Asentí y llevamos nuestros pasos a la cocina.

Todos estaban sentados a la mesa, y fue imposible no darme cuenta de algunas miradas. Mi tía me ofreció una silla, pero ella no se sentó a mi lado. La vi sostener una bandeja y caminar por delante de otros sirvientes, y todos se perdieron por una puerta que seguramente llevaba al interior del palacio. La persona a mi lado me pasó el recipiente que contenía las patatas, y le sonríe en agradecimiento.

—Es hora de servir a la familia real. Amelia es la última en cenar —me comentó el chico que me pasó la bandeja.

—La última en todo, querrás decir —habló ahora una chica que parecía de mi edad.

 Llevé la mirada donde se había perdido mi tía hacía un momento, porque no podía imaginarme viviendo aquella vida por tanto tiempo.



Una reina sin medida (Plus size Queen #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora