♚Andrew♚
La cena de la familia real siempre terminaba convirtiéndose en un debate, y mi osadía en la reunión de esta mañana seria el tema principal de conversación por parte de mi padre.
La doncella me acomodó la chaqueta, y le regalé una sonrisa insinuante a través del espejo. Desde que comenzó a rumorearse la depuración habían empezado a llover las mujeres más bellas de todo el reino, ¿y quién era yo para quejarme? Era más que digno de tal privilegio y de tener a la mujer que deseara bajo mis sábanas de seda.
—Imbécil —espetó a la puerta de mi habitación—, es hora de que bajemos, o les dará un infarto a nuestros padres.
Tomé una larga respiración y la vi los ojos.
Kathleen estaba muy lejos de conocer los modales y la decencia, por lo menos en mi presencia, y ya había pensado en las diferentes formas de castigarla cuando me convirtiera en rey. Tenía que darle una lección a aquella mocosa malcriada.
Tecleó rápido en su teléfono y se lo entregó a su doncella de confianza mientras me regalaba aquella petulante sonrisa que detestaba.
Caminé hacia ella y le ofrecí el brazo. La vi acomodarse el vestido y pude notar la incomodidad en su rostro. Kathleen no era la típica princesa sofisticada y quisquillosa, mucho menos altanera. Mi hermana odiaba los vestidos, las galas, las fotos, los bailes, los pretendientes adinerados... En conclusión, la vida como la princesa de este palacio. Siempre decía que le había tocado vivir la vida más desgraciada, y pensar que muchas de sus amigas matarían por estar en su lugar.
—Cuando sea rey, no tendrás que usar más vestidos —le susurré, y ella me miró con sospecha, pero luego suavizó sus facciones. A pesar de todo, quería la felicidad de aquella pequeña mocosa, que, a decir verdad, ya no era tan pequeña.
Nos detuvimos frente a las puertas del gran comedor. Como siempre, debíamos ser anunciados. Mi hermana resopló fastidiada, pero le hice un gesto para que se controlara, porque, independientemente de todo, éramos los hijos del rey. Habíamos nacido en el seno real y no podíamos, aunque quisiéramos, decepcionar a nuestros padres. Por eso debía mantener mi reputación intachable y mis gustos sexuales fuera de la boca de todos.
—Hacen su entrada la princesa Kathleen y su alteza real, el príncipe Andrew, futuro rey de Canterbyll.
Entramos al término de aquellas palabras.
Nuestros padres nos miraron de forma reprobatoria.
Según el orden de rango en la monarquía, el rey y la reina eran los últimos en entrar en cualquier lugar. Sin embargo, nuestros padres se habían cansado de esperarnos frente a la entrada del gran comedor. Aquella regla dejó de aplicarse entre nosotros.
—Pueden servir, ya que al fin sus altezas han decidido hacer acto de presencia. —Mi madre siempre utilizaba su sarcasmo con nosotros. Era su forma de expresar su amor—. Aprovechando que Amelia se encuentra aquí con nosotros... —Miré a la mencionada, . Era íntima de mi madre, la única que en verdad conocía a profundidad los secretos de la reina—. Amelia me ha hecho una petición, a la que no he podido negarme. Han sido demasiados años de servicio y entrega.
—¿De qué se trata querida? —inquirió mi padre con distinción.
Odiaba hasta el cansancio aquel maldito protocolo. Ni siquiera en las cenas familiares podíamos relajarnos.
—La sobrina de Amelia ha perdido a toda su familia por culpa de esta enfermedad que está azotando al mundo entero. , , y, también me ha pedido un cupo para ella en la escuela de literatura y se lo he concedido.
Mi madre y Amelia se regalaron miradas cómplices, pero cierta incomodidad en mi padre.
—Bueno, si dices que se han tomado medidas, no le veo problema. Canterbyll se ha mantenido limpia de la enfermedad, y así debe permanecer. También es verdad que no le podemos negar asilo a nadie, mucho menos a la sobrina de una de nuestras mejores sirvientas.
Pude notar la resistencia en las palabras del rey, pero, si mi madre lo notó, lo ignoró por completo.
—Si me permite, su majestad, le aseguro que mi sobrina se encuentra limpia y libre de aquel virus. —Aquella mujer en ningún momento
—Lo sabemos, querida. No tienes de qué preocuparte —se apresuró a decir mi madre—. Pensándolo bien, —Tomó a todos por sorpresa—. No sé, puede ser que Andrew la tome como esposa.
Pude ver la incomodidad en el rostro de Amelia, y mi madre esperó paciente su respuesta.
Me sorprendió demasiado la misma.
—Mi sobrina no entra dentro de los estándares requeridos para convertirse en reina y, pidiendo disculpas de antemano a sus majestades, tampoco creo que Christina, en lo personal, quiera hacerlo.
Mi madre se llevó la mano al pecho por el asombro ante sus palabras y yo comencé a sentirme intrigado por aquella chica.
—Al fin alguien con cerebro —opinó mi hermana, y le regalé una dura mirada—. ¿Qué? —preguntó con un pedazo de pan en la boca.
Todos habían oído sus palabras.
—Christina no dará problemas —continuo Amelia—. Y le estaré eternamente agradecida, majestad, por su generosidad. —Se inclinó frente a mi padre, y sabía que aquel simple gesto la hacía más que merecedora de aquel favor.
Ahora mismo me encontraba deseoso de conocer a la nueva y misteriosa inquilina.
La servidumbre se retiró y vi cómo mi padre dejaba a un lado su tenedor. Miró a mi madre con mucha atención, mientras que ella le sostenía la mirada. Hacía mucho que mis padres dejaron de verse con amor, ahora más bien parecía que se hallaban en una lucha de poder. Era una batalla constante para ver quién era más respetado, quién se encontraba más alto en la cima de la pirámide. Y sí, mi madre tenía todas las de perder, pero siempre que podía se imponía.
—¿Y no pensaste en comentarme sobre la nueva inquilina del palacio?
Mi madre bebió un sorbo de su copa de vino.
—Acabo de hacerlo —replicó.
Me fijé en que mi padre la agarró de la mano con poca sutileza.
—No vuelvas a tomarte esas atribuciones, querida. Recuerda cuál es tu maldito lugar en esta monarquía.
Mi madre se soltó bruscamente y bebió otro sorbo de vino. La nueva inquilina había entrado con mal pie a este palacio.
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Una reina sin medida (Plus size Queen #1)
RomanceChristina Bradford había perdido a su familia por culpa de la pandemia y su sueño de convertirse en una gran escritora se encontraba en la cuerda floja. El poco dinero que tenía ahorrado tuvo que utilizarlo para los gastos fúnebres y si le sumábamos...