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Una lluvia de besos me despertó de mi profundo sueño que, por suerte, no se había visto interrumpido hasta ahora. Sonreí aún adormilada mientras sentía un calor abrazarme el cuerpo, suponiendo que mi amado novio se habia colocado sobre mi.
-buenos días, cumpleañera- susurró en mi oído, antes de continuar con sus dulces y cortos besos por mi rostro y parte de mi cuello. Abrí mis ojos y los mantuve entrecerrados por unos segundos, acostumbrándome a la tenue luz que ingresaba por la ventana, para luego refregar mi rostro y estirarme tanto como era posible teniendo en cuenta que estaba siendo prácticamente aplastada por Henry.
-Henry si continúas aplastandome no sólo va a ser mi día de nacimiento sino también el de mi muerte- bromeé con voz ronca y lo oí reír suavemente antes de darme mi espacio para darle la bienvenida a un día más.
Me senté apoyándome en el respaldar de la cama, sintiendo mis huesos crujir adormecidos, y moví mis ojos por la habitación antes de dar con una hermosa bandeja de color blanco, a mi lado en la cama, en donde reposaban mis platillos favoritos para el desayuno junto a una perfecta rosa roja y un papel doblado cuidadosamente.
Sonreí enormemente, presa de la felicidad, y miré al pelinegro, quien me observaba con ojos brillantes y pacientes por alguna reacción de mi parte. Estaba tan adorable con sus cabellos despeinados, algo de harina sobre sus mejillas y aquella hermosa sonrisa que siempre lograba estrujar mi estómago. No pude evitarlo y salté a sus brazos sobre la cama, cayendo al colchón encima de él mientras la que besaba su rostro ahora era yo.
-veo que te gustó el detalle- dijo como pudo, gracias a las pequeñas carcajadas que escapaban de sus labios, las cuales le dificultaban el hablar.
-que me gustó dices? Me encantó, Henry! gracias amor- murmuré enternecida mientras lo observaba embobada, había caído enamorada muy fuerte de este hombre y ya no había forma de revertir aquello.
Sus grandes manos acariciaron mis brazos de arriba a abajo y sus labios formaron un piquito para dejar un besito sobre mi nariz.
-ni siquiera lo has probado, esa es la mejor parte- contestó. Acaricié su mejilla con suavidad y luego me aparté para prestar total atención a la comida en la bandeja. Mi estómago gruñó deleitado y cuando di un mordisco a la tortita con arándanos y miel supe que no iba a poder parar hasta acabarme todo.
-mhm, esto está delicioso- dije encantada, con la boca casi por explotar de comida -cuando aprendiste a cocinar así?- pregunté interesada y es que el pan de cada día en nuestro hogar era la constante discusión de quién cocinaba y digamos que cuando Henry lo hacía no ponía mucho entusiasmo de su parte.
-podría decir la verdad y admitir que lo compré pero eso no sería muy romántico de mi parte- bebió de su taza de café con una sonrisa plantada en sus labios. Golpeé su brazo juguetonamente y procure no reír para salvarme de morir atragantada con un trozo tortita. Así que el muy mentiroso se había palpado harina en sus mejillas solo para disimular. Sonreí divertida ante eso y me dispuse a continuar disfrutando del delicioso desayuno.
