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Septiembre, cinco. 2016.

Sídney, Australia.


Positivo.

Eso era lo que indicaba la prueba de farmacia que acababa de hacerme.

Tuve un ataque de pánico en el baño de mi habitación de la casa de mis padres mientras estaba sentada al borde de la bañera con la prueba de embarazo y su resultado en mi mano.

No, no, no. Carajo, mil veces no.

Me convertí en un manojo de nervios. Me sentí decepcionada de mí misma y comencé a llorar pensando en lo que podía hacer, no quería ser una de esas chicas que arruinaban su futuro por salir embarazadas. Me negaba a esto, no quería, simplemente no.

Cerré los ojos y me pasé la mano libre por el rostro para limpiar las lágrimas que descendían por mis mejillas.

Hice la prueba de embarazo por la razón de que quería descartar esa posibilidad, mi periodo solía atrasarse en algunas oportunidades y adelantarse en otras. Nunca fui muy regular, pero ahora lo que quería descartar simplemente fue la razón del por qué mi periodo tenía casi un mes de retraso. Fui a una farmacia por la prueba instantánea siguiendo los consejos de mi mejor amiga para asegurarme de que mi retraso era solo eso: un retraso de muchos otros ¡Pero que equivocada estaba!

La prueba que hice siguiendo las indicaciones marcadas en la caja revelaban dos rayas positivas, la imagen de la mujer sonriente en la caja mostrando una prueba con dos rayitas me dio asco.

Descarté la posibilidad de que mi retraso fuera solo eso: mi retraso, porque ahora sabia la razón, y para ser sincera, la odiaba.

La idea de ser madre no hacía más que asquearme, no tenía ni un gramo de delicadeza en mí y no me consideraba a mí misma material para serlo.

¡Ugh, maldición!

Estaba ansiosa y acalorada, todo a mi alrededor me daba vueltas. No tenía ni la mínima idea de lo que haría al respecto. Mis ganas de llorar aumentaron, quise gritar y golpearme por permitir que esto pasara. Que estúpida, que imbécil, que idiota. Admiré la prueba y pensé en la posibilidad de que viniese defectuosa, pero eso era tener un milagro porque esas cosas casi nunca fallaban.

Respiré hondo atenta a mis pensamientos confusos e intenté idealizar todo, sobre todo la idea de un bebé creciendo dentro de mí, de un bebé en mis brazos. La imagen no era nítida, era irreal. Me negaba, me negaba y me rehusaba a aceptarlo.

Mis nervios estaban a punto de enloquecer.

Mientras mi familia disfrutaba de una barbacoa familiar en el patio de la casa, yo estaba analizando toda mi situación en busca de posibles soluciones y una vocecita burlona dentro de mi cabeza me decía: jujuj, esto no tiene salida.

Bien serían los primeros en enterarse. Me miré en el espejo antes de abandonar el baño y mi habitación, y bajé dudando en cada paso, completamente nerviosa. Oculté la prueba de embarazo debajo de la manga del hoodie de Lost Kingdom que vestía, me quedaba grande, era dos tallas más grande que yo y le pertenecía a mi mejor amigo.

Dios, Luka... a la mierda, ¿Cómo se lo iba a decir a él?

Caminé insegura hasta los sillones donde estaban mis padres y mis hermanos, y me detuve en frente de los primeros. Fui víctima de todas las miradas en el lugar. Suspiré buscando la manera más sencilla de decirles lo que acababa de descubrir solo unos pocos minutos atrás, sin embargo, no la había, no había manera sencilla de soltarles aquella bomba.

Cerré los ojos un instante, durante un solo segundo y busqué aclarar las ideas en mi cabeza.

—Mamá, papá...—solté el aire de mis pulmones, tragando saliva cuando los observé directo al rostro teniendo en cuenta que tenía toda su atención ganada al estar de pie frente a ambos—, hay algo importantes que debo decirles.

Padres Inexpertos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora