Extra: M&M

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No me gustaban para nada los eventos de gala y elegantes con demasiada etiqueta y clase, pero, me había casado con un hombre cuyo estatus social, aunque su persona no lo pareciera, estaba enlazado a esa clase de fiestas y reuniones.

Después de tres horas que encontré infinitas, donde, cada vez que me aburría y no podía disimular mi mala cara ante algunas conversaciones clasistas y de mal gusto que salían en la mesa en la que estábamos en una cena de beneficencia, finalmente nos largamos al hotel de Londres en el que nos hospedábamos por tres noches.

–Sinceramente —comencé a decir, deteniéndome frente al espejo de cuerpo completo en la suite y mi hombre se detuvo detrás de mi, apoyando sus manos en mis hombros—, quería irme de ese lugar desde que pusimos un pie dentro. Que horrible es fingir ser agradable, es un trabajo duro.

Max bajó el cierre de mi vestido, ayudándome a deshacerme de la pieza satinada y yo volteé a mirarlo, acababa de retroceder un paso y se estaba aflojando el lazo de la corbata azul en su cuello. Me pasé las tiras del vestido para que deslizaran por mis hombros cayéndome por los brazos y luego haciéndose piscina a mis pies mientras sus ojos no se despegaban de mi.

—Me voy a la cama —le dije con pereza, luego solté un bostezo.

—¿No quieres una copa de tinto?

—Mmm, suficiente por hoy. He bebido lo necesario y más para soportar lo de esta noche.

Él deslizó una sonrisa sutil y socarrona.

—Pero lo soportaste como una reina —dijo.

Se me salió una carcajada irónica.

—Tenía la sonrisa más hipócrita de mi vida pintada en el rostro y cuando no, entonces tenía el ceño fruncido tratando de disimular lo muy disgustada que estaba con algunos temas de conversación —pronuncié.

Max comenzó a soltar los botones de su camisa blanca.

—¿Y que hay de mi? —arqueó una ceja.

—Tu hablaste sobre lo mal que te parecía que hablaran de ciertos temas con frivolidad sin saber de lo que realmente hablaban, no te importa imponer tu opinión y hacerle ver a las personas lo que esta mal —hice una pequeña pausa, corta, y esbocé una sonrisa—, y por eso eres un rey.

Terminé de acercarme a la cama, sabiendo que Maximilien estaba mirándome y recorriendo mi cuerpo en ropa interior con sutil descaro. Me mordí el labio inferior dejándome caer sobre la superficie del suave colchón de la suite del Palace DiLaurentis y apenas mi cabeza tocó una almohada, fue como si todos los breques de energía en mi cuerpo se apagarán y cerré los ojos dando un respiro profundo.

Todo lo que percibía era una inmensa comodidad que me invitaba a quedarme dormida.

Segundos después sentí a Max tumbarse en el espacio junto a mi, intenté abrir un ojo para verlo pero me pesó así que continué con mis ojos cerrados. Nada de esfuerzo para verlo, ya tendría todo el tiempo para hacerlo cuando recuperara energías. Sabía que había apagado la luz de la habitación porque sentía que estaba a oscuras, lo cual era mucho mejor, afuera llovía como si de un diluvio se tratase y eso daba nostalgia, algo por lo que se caracterizaba mucho Londres.

Nuestra habitación de hotel tenía una linda vista a través de una puerta corrediza de cristal al rio Támesis.

Una suave caricia sucumbió en mi brazo que subió hasta mi mejilla y bajó hasta la curvatura de mi cintura. Maximilien suspiró pesadamente. Disfruté de su mimo que continuó por un rato. Me estaba quedando dormida más rápido a causa de sus caricias.

—Hey...—me llamó. Sentía como un mechón de mi cabello estaba en su mano.

Lo ignoré, estaba tan exhausta y con tanto sueño que apenas pude gesticular un sonido para hacerle saber que lo estaba escuchando entre dormida y despierta.

Padres Inexpertos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora