[3] Nos vamos a África

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—Caleb...susurré cuando el alma me volvió al cuerpo.

Di un paso, un solo paso que me dejó cerca de su rostro de modo que mi cuerpo rozó el suyo y el aroma de su perfume profundizó más en mi nariz mientras su calor me envolvía.

Caleb olía a cigarrillos y a masculinidad, se mordió el labio inferior sin dejar ir su sonrisa y deslizó una de sus manos hacia mi cintura. El tacto de sus dedos en mi piel envió vibras de electricidad a mi cuerpo que subieron y bajaron. No tenia nada que decirle, aunque si tenía, el problema era que estaba tan asombrada y nerviosa que las palabras no me salían.

Inhalé aire por la nariz y acabé con la distancia atreviéndome a besarle con necesidad, con euforia y con furor. Sus labios me recibieron gustosos, cómplices, dominantes y ansiados. La manera en que su boca se movió contra la mia y subió una de sus manos a mi cuello para tomar el control me hizo olvidarme del mundo y concentrarme en todo lo que era capaz de hacerme sentir con tan solo uno simple beso.

Por eso le quería.

Sonreí contra su boca cuando retrocedió en busca de aire y dejé mi frente reposar contra la suya mientras tenía los ojos cerrados.

—¿Nos vamos? —preguntó, llevando un mechón de mi cabello hasta detrás de mi oreja y ladeé la cabeza al sentir su tacto en mi mejilla después.

Mis ojos verdes azulados se encontraron con los suyos café cuando los abrí.

La mirada de Caleb no tenia nada especial, era oscura, muy oscura como el café más fuerte y puro. No podías observar ni encontrar nada más allá de su mirada, era simple y común, no permitía ver su alma y aun así... aun así esa mirada me enloquecía, me encantaba, me tenía a su merced.

Estaba total y locamente enamorada de Caleb Hotcher.

Pero... era una estúpida, una que había cometido algunos errores y cuyas consecuencias las guardaba como secreto, aunque tarde o temprano haría erupción como un volcán inactivo que vuelve a la vida.

Y no estaba lista para que él me odiara.

Caleb tomó mi mano entrelazándola con la suya y me sentí tan asqueada de mi misma que mi consciencia estaba reprochándome todo lo que estaba mal con esto, conmigo acallando lo que ya debería decirle para que después no fuera peor.

Pero como experta que era en alargar las cosas y no hacerles cara desde la primera oportunidad, le di paso a mi egoísmo y me permití disfrutar del momento con él, y bajamos por el ascensor del edificio hasta la planta baja para después salir a la calle.

Había un taxi esperándonos, él abrió la puerta y me permitió subir primero.

—Me preguntaba si... después de esta noche, ya sabes, podría quedarme a dormir contigo en tu apartamento —propuso cuando el taxista arrancó y le miré con una pequeña sonrisita en lo que asentía con la cabeza.

—No hay nada que quiera más que eso, Cal.

Apoyé mi cabeza de su hombro y él se inclinó lo suficiente para que sus labios tocaran los míos en un beso corto, fugaz, del cual me quejé porque... porque quería más.

Anhelaba más.

Una sonrisa burlona sucumbió en sus labios.

—Te he estado extrañando —pronunció—, y no tienes idea de cuánto.

Alcé mi mano para tocar su mejilla y acariciarla, su piel siempre estaba tibia y era suave, era como tocar la piel de un bebé. En ese momento, en el taxi, de camino al club, mi cabeza jugó conmigo y generó pensamientos sobre como seria todo si estuviera embarazada suyo y no de, bueno, mi mejor amigo.

Padres Inexpertos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora