[75] Mykonos en víspera de año nuevo.

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Internet decía que la amiloidosis es una proteína anormal que se producía en la médula ósea y que podía depositarse en cualquier órgano y tejido del cuerpo, y que, no obstante, dicha proteína se acumulaba  en el corazón, los riñones, el hígado y otros órganos importantes.

Que habían tratamientos, sin embargo era una enfermedad que no tenía cura.

Entre otras cosas que me dejaron pensando durante toda la noche mientras leía sobre el tema y me informaba lo suficiente para hacerme una opinión al respecto después de haber leído ese expediente de Maximilien por error.

No sabía como sentirme, las ideas no se organizaban en mi cabeza y tenía como una herida punzado entre más leía.

Síntomas, problemas, soluciones, diagnóstico. Todo cobraba sentido ahora: la cicatriz en su abdomen, sus salidas a primera hora los últimos días, las rutinas médicas, claro, su manera de hablar del tiempo como si se le estuviera agotando.

¿Y si así era?

Las voces en mi cabeza y todas las mini yo estaban asustadas, se habían aferrado tanto a esta relación tan nueva que se cegaron y ahora no querían sufrir una ausencia futura.

Traté de dormir cuando noté que eran más de las tres de la mañana, pero el insomnio y la ansiedad que mantenía mi cuerpo simplemente me incomodaba. En cuanto el sol salió, decidí ir por un café antes de que cualquiera de la familia despertara, en mis días aquí sabía que la ama de llaves se encerraba en la cocina cuando salía él sol, así que, como si fuera una intrusa, aprovechando que Sky todavía dormía, me aventuré, teniendo un momento de recordatorio de mi conversación con Maximilien antes de abandonar su habitación.

—Lo siento por no ser completamente sincero, primero quería asegurarme de que esto fuera lo suficientemente estable y fuerte.

—¿Para qué, Max? ¿Por qué creías que huiría?

—Si.

—Pues quizás no estés tan mal.

—Maxine…

—Necesito asimilar todas mis ideas, yo... necesito espacio.

Me abracé a mi misma dándome calor, el frío en los pasillos me hacia creer que la calefacción estaba apagada. Ya conocía el camino hasta la cocina de la villa así que no tenía perdida, algunos pasillos todavía estaban algo oscuros, el sol apenas salía y el silencio que envolvía cada pasillo era sumamente pesado.

El aroma a café llegó a mi nariz cuando estuve por atravesar la puerta doble de la cocina, el ama de llaves cuyo nombre no recordaba y tampoco me había aprendido, estaba allí, tarareando una canción en italiano y dándome la espalda.

—Buenos días —pronuncié con voz perezosa, en italiano y la mujer de edad madura se volteó hacia mi.

—Oh, buen día, señora.

Señora.

¿Por qué me llamaba señora?

—¿Necesita algo? ¿El joven Maximilien quiere algo?

—Solo una taza de café para mi, por favor, con azúcar —pedí.

Dejé salir un suspiro mirando distraídamente hacia el ventanal en la pared a mi costado.

—Hacia mucho tiempo que no veía al joven Max tan feliz —escuché a la ama de llaves pronunciar, causando que me tensara—, usted lo hace genuinamente feliz, y he notado que con usted esta un poco más audaz y jovial.

Fruncí mis labios, volteando a ver a la mujer que hablaba y hablaba.

—¿Sí? —inquirí.

Ella sonrió, extendiendo hacia mi una taza humeante a la que agradecí con un asentimiento de cabeza y soplé para enfriar antes de beber un sorbo.

Padres Inexpertos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora