[62] Manten tus limites.

1.6K 240 261
                                    

El clima estaba triste, el cielo dejaba caer gotas de lluvia con fuerza y el panorama era un poco gris si las personas se asomaban por las ventanas. El característico sol resplandeciente de Sídney no se hallaba hoy, en su lugar, un diluvio de lluvia caía por la tarde.

Yo tenía al hombre más increíble del mundo a mi lado, o más bien, con su cabeza descansando sobre una de mis piernas mientras en la otra sostenía mi computadora portátil, terminando de enviar por correo el ultimo análisis de un manuscrito al correo de Lodwest. Maximilien se encontraba leyendo uno de los libros de mi biblioteca, lo había tomado porque le conocía, algunos párrafos los leía en voz alta y que delicia la manera en que narraba, en el televisor plasma de mi habitación, con el volumen casi completamente bajo, pasaban una película donde Leonardo DiCaprio era el protagonista.

-Habla otra vez, ángel resplandeciente...-leyó, la concentración de su voz suave y ronca tenía rato enviando sensaciones gustosas. No era como si él adaptara su manera de hablar a las palabras del clásico, si no, que las palabras se adaptaban a su manera de leer, pausado pero seguido, de una manera cautivante-, porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos estáticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrás para verle, cuando él cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire.

Romeo y Julieta, aquello era un fragmento dicho por Romeo. Lo poético en su trágico romance. Cerré la portátil y la coloqué a un lado para poner atención a Maximilien con el libro en sus manos, que ganas de grabarle, que ganas de documentar el momento. Pasé mi mano por su cabello, lacio y suave, y bajé lentamente por su rostro, por la piel de su cien, su mejilla, tocando su barba de pocos días mientras él seguía leyendo sin inmutarse.

-...Llámame sólo "amor mío" y seré nuevamente bautizado.

Él estaba concentrado, sus ojos paseaban las letras de la página. Quise apartar el libro de su rostro e inclinarme para besarle, así que lo hice, aunque no fuese la manera correcta, aunque mi mentón quedase en su nariz y mi frente en su mentón.

Maximilien acababa de sumarle algo a las cosas que no sabia que necesitaba en la vida y eso era un chico que me leyera clásicos. Si seguía leyendo de esa manera, iba a pedirle que me leyera hasta el alma. Le hice dejar el libro a un lado sin cuidado que se moviera para mayor comodidad del contacto suave que mi boca estaba teniendo con la suya.

-Llámame solo amor mío -repetí la oración.

Él sonrió contra mi boca.

-¿Si, amor mío?

-Me gusta como suena saliendo de tu boca.

-Eso es porque te gusto yo -presumió, un tanto arrogante y se me escapó una risita.

Sabía ser arrogante en los momentos correctos. ¿Había algo que no supiera? El día en que conociera a su madre le iba a agradecer por semejante diamante bañado en oro que era su hijo, no me cabía otra manera de describirle que fuera correcta.

Me alejé y él se incorporó en la cama, sentándose a mi lado.

-Tengo hambre -suspiré-, ¿sabes que quiero? Quiero llenar mi estómago con comida nociva para la salud.

Maximilien arqueó ambas cejas, mirándome con intriga y diversión.

-¿Nocivo para la salud? -inquirió con tono vacilador y un poco curioso-, ¿eso que es?

-Quiero pizza, voy a pedir una pizza a domicilio, una cuatro quesos con pepperoni y champiñones, muchos champiñones -quizás exageré un poco, pero de tan solo pensarlo mi boca se hizo agua y lo deseé incluso más. Estiré mi mano para tomar de la mesa de noche mi teléfono y marcarle a mi pizzería local favorita-, no te lo he preguntado y tu no me lo has dicho tampoco, pero ¿Cuál es tu pizza favorita?

Padres Inexpertos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora