~Capítulo 47~

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—Me alegra oír eso, Jon Nieve —contestó Bastet sonriendo—. Una pequeña comitiva del khalasar está apunto de llegar. Después de eso podemos empezar a trazar los detalles sobre la reconquista de Invernalia, si te parece bien.

El bastardo asintió. Salieron al patio, a la espera de la llegada de los jinetes. Como era habitual en esa región del Norte, la nieve cubría el suelo formando un manto blanco a sus pies. Por suerte, en ese momento el tiempo no era adverso, aunque el cielo sí tenía colores grisáceos.

Bastet tenía razón, y al poco tiempo vieron llegar al grupo. Venían algunos de los guerreros más importantes de los grupos que conformaban su pequeño ejército. Al mando de todos se encontraban Jacaerys Velaryon. Había insistido en ir con ellos para acompañar a la hermana de su difunto amigo Rhaegar, y ayudarla en lo que fuera necesario. Bastet le había dicho que no era necesario que se arriesgarse tanto, pero él insistió.

Bastet no vio a su hija, Lucerys Velaryon, quien también había insistido mucho, en el grupo de jinetes. El padre de la joven había insistido casi ha regañadientes, pero Bastet casi se alegraba de que hubiese cedido. Se podía dialogar con facilidad con Lucerys. La joven era capaz de seguir cada tema de conversación que se propusiese sin que resultase aburrida, y además Bastet se sentía bien a su lado, tranquila.

—Lord Velaryon, Jon Nieve ha aceptado ayudarnos —informó Bastet al recién llegado cuando bajó del caballo—. Este es Jacaerys Velaryon, señor de Marcaderiva.

El recién llegado miró con curiosidad al bastado.

—Un placer, Lord Comandante.

—Al aceptar vuestra propuesta, no seguiré con ese título mucho tiempo —respondió Jon.

—Pero aún lo ostentáis —contestó Jacaerys—. En cualquier caso, entre mis acompañantes hay algunos que no soportan bien el frío. ¿Os importaría alojarlos en el interior?

Jon accedió y ordenó a algunos de sus hombres que acompañasen a los recién llegados a un lugar donde podrían descansar, mientras que también pedía que les diesen ropas de abrigo a aquellos que así lo pidiesen.

—Un momento. —Jon paro a uno de los dothraki cuando pasó por su lado. Bastet se temió lo peor al ver quién era: Serhat, el bardo. «Espero que Drogo no lo haya enviado para librarse un tiempo de él», pensó, aunque, conociendo a su khal, seguramente no le habría resultado difícil despedirse de las canciones del primer bardo de su pueblo—. Su cara me es familiar. ¿Alguna vez a estado por el Norte?

Ni Bastet ni Sansa entendían qué pretendía Jon.

—Hará cosa de unos años —afirmó—. Llegue a cantar en el castillo de un señor importante antes de que me echaran.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó Jon—. ¡Me acuerdo de usted! 

—¿¡De verdad!? —preguntaron Sansa, Bastet y el propio Serhat al mismo tiempo.

—Por supuesto —afirmó Jon—. Sansa, tú no lo recuerdas porque eras pequeña, pero él fue el primer bardo que Robb y yo recordamos de ver por el castillo. Era nuestra favorito y siempre sentimos que no volviese nunca después de varios años.

—Tenía un sobrino que cuidar, al que no le gusta mi música como a ti. ¡Y pensar que ya toqué para ti y tu hermana! ¡Qué maravilloso es el mundo!

—Sería un honor volver a escuchar canciones de mi niñez —dijo Jon.

—¡Dalo por hecho, muchacho! ¡Este chico sí me gusta!

Jon y Serhat entraron al castillo, dejando a Sansa y Bastet solas en el patio nevado, mirando con desconfianza.

—¿Deberíamos decirle que sus recuerdos son equivocados? —le preguntó Sansa.

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora