~Capítulo 61~

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Varios meses después

Su bebé iba a ser un sietemesino. Los sacerdotes decían que era una buena señal porque siete eran los dioses, pero Dany sabía que no podía ser bueno para el bebén porque Aerys y Zhaerys habían tendió gestaciones normales.

La partera le gritaba que empujase más, y Dany obedecía mientras el sudor caía por su frente y espalda y se retenía para no gritarle a su vez a la partera.

El parto estaba siendo más largo de lo que esperaba, mucho más largo que el de Zhaerys. Dany gritaba de dolor. Notaba su espalda empapada por el sudor; sus ropas se pegaban a ella, molestándola aún más. Por un momento, llegó a pensar que no sobreviviría al parto, pero no podía permitirlo: tenía que recuperar el Trono y el bebé no lo iba a impedir; en todo caso, sería su llave para lograrlo.

Cuando Dany se encamó, en el exterior hacía poco que había estallado una tormenta. Todavía en ese momento, entre gritos de la partera y los suyos de dolor, podía oír la tormenta, su tormenta. Ella también había nacido durante una. Su tercer hijo sería como ella, fuerte como el ímpetu de la tormenta.

-¡La cabeza! -gritó la partera-. ¡Ya puedo verla, majestad!

Dany aspiró aire con esfuerzo y volvió a empujar al tiempo que gritaba.

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Daemon acompañaba a Aegon y a Jon en una sala contigua a donde estaba teniendo lugar el parto. Zhaerys también estaba con ellos, y su tranquilidad y silencio casi asustaban a Daemon. Sólo era una niña, no debería estar aguantando situaciones así, oír los gritos de dolor de su madre y, los Dioses no lo quisieran, verla muerta por el esfuerzo del parto. La niña permanecía sentada, en silencio, hablando sólo para responder alguna pregunta dirigida específicamente a ella.

Los gritos de la reina y el gran tiempo pasado lo inquietaba. Afuera, la tormenta se alejaba cara el mar, cara Rocadragón y Marcaderiva, pero poder seguía presente en el ambiente.

Daemon se extrañó de que a pesar de la importancia del momento y de que gran parte del círculo familiar de la Reina Flor estaba allí, tan sólo estuviera presente un Tyrell, el hombre que había visto en la reunión con Aegon. Seguro que la Reina Flor no haría acto de presencia hasta que se confirmase que era un varón. Si el bebé era varón, el pacto entre las dos reinas quedaría por fin sellado y el destino de Cersei y Bastet fijo en la derrota.

Daemon se levantó y, para despejarse, se acercó a la ventana para ver el exterior.

-La tormenta se retira -dijo en voz alta, para hacer desaparecer el silencio incómodo.

-Bien -contestó Aegon, mientras jugaba con la empuñadura de la espada que llevaba en el cinto. Allí también llevaba una daga.

Daemon había salido alguna vez con su padre a navegar y los marineros le habían enseñado a predecir la evolución del tiempo. Aquellas escapadas le gustaban, lo llevaba en la sangre. El mar era el elemento natural de los Velaryon como el cielo lo era de sus parientes Targaryen.

Poco a poco, la tormenta se fue convirtiendo en un recuerdo lejano, y Daemon pudo ver el cielo nocturno. Cuando la reina de Meereen entró a la habitación era de día.

Daemon abandonó su lugar junto a la ventana para intentar distraer a Zhaerys.

-¿Quieres que te cuente un cuento, Zhar?

La niña asintió. Daemon le contó sobre algunos de los viejos de su antepasado Corlys Velaryon, la Serpiente Marina, y cómo atravesó los mares para volver cargado de tesoros.

La segunda danza de dragones.«Khal Drogo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora